20. Recuerdos.

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Bajamos al salón para esperar a Agoney.

Al pie de la escalera Alfred me frenó agarrándome el antebrazo al que más acceso tenía, me miró a los ojos sonriendo como él sabía, enviándome toda la buena suerte del mundo, aunque ambos sabíamos que la suerte se puso de nuestra parte el día en que nos conocimos.

Me abrazó fuerte, lo suficiente para sentir que estaba preparado para afrontar lo que me esperaba.

Sonó el timbre haciéndonos romper el abrazo y, que a mí, me recorriera un escalofrío de pies a cabeza.

Por la puerta del salón apareció Álvaro quien me miró para mandarme a abrir la puerta.

Los nervios son reales, pero aún con ellos fui a abrir la puerta a Agoney.

Recorrí el camino de piedra que llevaba hasta la puerta de la calle y atravesaba el jardín. Más cerca de la puerta, más nervios. Era automático.

Abrí la puerta, esta vez me costó más de lo normal lo que hizo que me recibiera con una sonrisa burlesca. Yo que me reí de él porque no podía abrirla y ahora se tornan los papeles.

Como siempre le abracé como si fuese la última vez que lo haría, al separarnos nos quedamos mirando a los ojos con una sonrisa que invitaba al otro a ensanchar la suya y acabamos besándonos con mis manos en su cadera y las suyas en mis mejillas, aunque fue corto fue suficiente para afrontar toda la mañana con la sensación de sus labios bailando sobre los míos.

No al ritmo de mi acelerado corazón pero sí acorde con las ganas que tenía de tenerle tan cerca de mí.

Nos separamos del beso, ahora sí, con nuestra mayor y más sincera sonrisa, nos cogimos de la mano y nos adentramos al jardín para pasar lo que quedaba de mañana con tres de las personas más importantes de mi vida.

Entramos al salón y estaban los tres con los ojos pegados a la puerta, y si estaban con la intención de intimidar podría intuir que en mí tenía efecto pero Agoney no se inmutó salvo para saludarles con un breve y sentarse en el sofá del centro dejando un hueco para sentarme yo.

Y fue justo eso lo que hice cuando salí del breve estado de shock tras ver a Ago casi como en su casa y saludando.

Me senté al lado de él en el sofá que aunque era de dos plazas a nosotros nos sobraba una porque estábamos pegados como lapas pero sin llegar a ser empalagosos y tenerles de sujetavelas. 

Llevábamos alrededor de 20 minutos y ya habíamos desayunado, y he de decir que me encanta que mi novio (?) haya congeniado tan bien con mi mejor amigo y que las cosas con mi hermano y mi primo no hayan variado mucho, obviando los piques e indirectas, con respecto a los anteriores días que habíamos coincidido en mi casa sin ser nada más que amigos.

Aunque, ¿ahora qué somos? ¿estamos saliendo? ¿soy solo un rollo y me soltó la historia de que le molaba solo para estar un rato y llevarme a la cama? 

Mejor me centro en otras cosas, aunque me es inevitable comparar la situación con el pasado, salvo que ahora sé que Agoney me quiere, me quiere mucho y bien. Y eso es algo que se nota, o al menos yo lo noto, me mira con los ojos llenos de amor y destellos que los hacen aún más bonitos, con la sonrisa que se le forma dejando ver su blanca dentadura y su pequeña separación entre los paletos de la parte superior que le hacía imperfecto pero para mí todo lo contrario, le brillan los pómulos aunque ligeramente tapados con la barba que cubría perfectamente sus mejillas. Me quería tanto como yo a él y lo notaba como espero que él note que yo también le quiere, más que a mí mismo porque fue él quien me enseño que es el amor propio y lo importante que es quererse.

Nuestro Mayor Sueño - Ragoney.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora