Me separé del abrazo, aunque poco, le miré y vi en sus ojos un deje de tristeza y preocupación.
-Estoy bien, no te preocupes.
-No estás bien, cuéntame si quieres—dejó un beso sobre mi pelo y volvió a abrazarme.
Pasó un rato en el cual traté de controlar mi acelerada respiración y de relajar ligeramente mi cabeza para que dejara de pensar a velocidad de la luz.
Le conté cómo conocí a Belén y todo lo que viví con ella, ahora sí con una sonrisa aunque nostálgica. También le hablé del vídeo que había visto hacía un rato sobre su nuevo single.
-Pero pequeño, hay amistades que aunque pasen años "inactivas"—hizo comillas con los dedos de su mano que no acariciaba mi espalda—siguen como el primer día, que nada cambia y todo continúa ignorando la pausa en el camino.
-Sí, pero la echo de menos.
-Te entiendo, pequeño—dejó un beso en mi cabeza y nos quedamos abrazados.
Nadie decía nada porque no lo necesitábamos, sobra todo tipo de sonido capaz de sacarnos de nuestro ensimismamiento. Nuestras manos moviéndose sobre la espalda del contrario y nuestras cabezas pegadas sobre el hombro del otro.
Sonó un móvil, los primeros segundos lo ignoramos pero acabó siendo molesto.
Era mi móvil y me estaba llamando Alfred.
Pero si está abajo *face palm*-¡Eres un pesado, Alfredillo!—grité asomando la cabeza por la puerta.
Justo al abrir mi puerta vi como la de la habitación de Álvaro se cerraba de golpe, me eché a reír tanto que, por inercia, empecé a golpear el suelo y el marco de la puerta.
Agoney, que no entendía nada, se unió a mi risa y se echó hacia atrás en la cama para continuar riendo.
Desde el suelo, me alcanzaba la vista para ver su pecho subir y bajar por la risa, su boca abierta aunque un poco tapada con la mano.
Cuando nos habíamos calmado y ya me encontraba tumbando con él en mi cama aparecieron por la puerta los tres jinetes del Apocalipsis como nos salía llamar mi tía cuando íbamos a su casa.
Entraron en mi cuarto y se esparcieron por él quedando en distintos sitios de él.
Estuvimos otros tantos minutos hablando de cosas que no tenían importancia y, en ocasiones, ni sentido.
Me sonó el móvil: la alarma de las dos. Tenía que tomarme una pastilla.
Bajé al piso de abajo dejándoles en una conversación bastante entretenida, abrí el mueble donde estaban las pastillas y cogí la que me tocaba.
Me la tomé la pastilla y me di cuenta de que no estaba solo allí, estaba Sam intentando asustarme.
-Sam, guapo—empecé a reírme y él conmigo.
-Podrías haberte hecho el asustado, eh—se hizo el enfadado aunque seguía con la risa floja—estás bien?
-¿Yo?—asintió—mejor que nunca, ¿por?
-Tenías los ojos rojos.
-Ah, nada, solo que echo de menos a Belén y en nada saca single—me abrazó y estuvimos así un rato—pero que estoy bien, eh. ¿Tú con Albert?
-Estamos genial—con una sonrisa capaz de iluminar toda la casa—¿Tú con Agoney?—ahora con una sonrisa con doble sentido.
-Genial, ahora vamos para arriba no quiero que le intimiden y se vaya, que sois un poco cabrones—tiré de su mano y subimos en una mini carrera para ver quién llegaba antes sin caerse rodando por las escaleras.
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