Volvimos a casa algo tarde y cuando me tumbé en la cama dejé pasar a poca velocidad para degustar los momentos de esta noche.
María con novia, un viaje a Los Ángeles todos juntos, la llamada con Agoney, su felicidad por mi noticia...en fin había sido una noche inolvidable.
Cogí el móvil e instintivamente me metí al chat de Agoney a darle las buenas noches, aunque un poco tarde.
Precioso, estarás durmiendo y espero que bien porque mañana te daré mucho la chapa.
Te quiero.Dejé el móvil en la mesita y me dispuse a dormir.
Me desperté de golpe con fuerte dolor en la cabeza, estaba en una cabaña y a través de la ventana se podía ver que había mucha vegetación, todo muy bonito; salí y me acerqué a una fuente de agua, a lo lejos vi una silueta familiar y dada la soledad tuve la intención de acercarme y descubrir quién era.
Iba vestido de chándal, el pelo despeinado más o menos largo, moreno, de piel y de pelo, y unas bambas que eran únicas y podría distinguir en cualquier parte.
Era él.
Había vuelto y quería huir, correr y arrancarme la voz, en ese intento pisé una rama seca y se giró.
Los mismos ojos, la misma boca, las mismas arrugas al sonreír, la misma nariz, era él y había vuelto.
Intenté por todos lo medios desaparecer y no fue por el anhelo de huir.
Se estaba acercando y cuando estaba a una corta distancia extendió la mano para acariciar mi mejilla pero la esquivé aganchándome, cuando volvió a acercar su mano a mi brazo no conseguí evitarlo, y volvió.
La sensación de su piel con la mía.
El roce de nuestras extremidades.
Me acercó a él de tal forma que quedamos a escasos centímetros. Se arrimó a mi oreja y me susurró lo que un día me gritó.
-Sigues sin valer nada—paró unos segundos dando margen a sus palabras—serás una persona normal—otra pausa, criminal—nunca serás nadie.
Grité para intentar callarlo y que parase sus palabras, me estaba haciendo daño y se veía que estaba disfrutando, como cuando se marchó.
Seguí gritando hasta que sentí un cálido abrazo acompañado de susurros que no llegaba a identificar.
-Ya está—era mi hermano—no pasa nada, pequeño, estás bien—me abracé a él muy fuerte, había sido una pesadilla.
-Era él, Álvaro, había vuelto para lo mismo de siempre.
-Ha sido una pesadilla, él no está, aquí y ahora no.
Siguió meciéndome entre sus brazos, susurrando a mi oído, dejando caricias en mi espalda y besos en mi pelo.
Tardé un poco pero me calmé, bebí agua y normalicé mi ritmo respiratorio.
-Descansa pequeño—dejó un beso en mi mejilla con la intención de irse, pero le cogí de la mano para evitarlo.
-Quédate conmigo, como antes—asintió con una sonrisa triste y se tumbó conmigo. Me abracé a su tronco y él pasó su mano por mi cuello—no me dejes sólo, tete—reprimí mis ganas de romper en llanto otra vez—nunca.
-Nunca, tete, nunca—apretó un poco más el abrazo.
Estaba ahí y eso me quitaba parte de la alteración por la pesadilla.
Parecía real, que estaba ahí, me tocaba, parecía de verdad y no quería estar ahí metido sin posibilidad de salir.
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