🐦El tribunal

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Se unieron a la multitud y avanzaron entre los empleados del Ministerio, algunos de los cuales transportaban tambaleantes pilas de pergaminos; otros, por su parte, llevaban gastados maletines, y unos cuantos iban leyendo El Profeta mientras andaban. Al pasar junto a la fuente, Emily vio Sickles de plata y Knuts de bronce que destellaban en el fondo del estanque. Un pequeño y emborronado letrero decía:

TODO LO RECAUDADO POR LA FUENTE DE LOS HERMANOS MÁGICOS SERÁ DESTINADO AL HOSPITAL SAN MUNGO DE ENFERMEDADES Y HERIDAS MÁGICAS.

«Si no me expulsan de Hogwarts, donaré diez galeones», se sorprendió pensando Emily, desesperada. Aquella fuente de los hermano mágico le hizo pensar en Harry.

—Por aquí —volvió a indicar el señor Weasley, y se separaron de la avalancha de empleados del Ministerio que iban hacia las puertas doradas.

A la izquierda, sentado a una mesa, bajo un letrero que rezaba «Seguridad», había un mago muy mal afeitado y vestido con una túnica de color azul eléctrico, que levantó la cabeza al ver que se acercaban y dejó de leer El Profeta.

—Estoy escoltando a una visitante —dijo el señor Weasley, y señaló a Emily.

—Acérquese —le ordenó el mago al muchacho con voz de aburrimiento.

Emily obedeció y el hombre levantó una varilla larga y dorada, delgada y flexible como la antena de un coche, y se la pasó a Emily por delante y por detrás, recorriéndole todo el cuerpo.

—La varita —le gruñó a continuación el mago de seguridad, tras dejar el instrumento dorado y tender una mano con la palma hacia arriba.

Emily se la entregó. El mago la dejó caer sobre un extraño instrumento de latón que parecía una balanza con un único platillo. El aparato empezó a vibrar, y de una ranura que tenía en la base salió un estrecho trozo de pergamino. El mago lo arrancó y leyó lo que había escrito en él:

—Veintisiete centímetros, núcleo central de pluma de fénix, cuatro años en uso. ¿Correcto?

—Sí —afirmó Emily, nerviosa.

—Yo me quedo esto —dijo el mago clavando el trozo de pergamino en un pequeño pinchapapeles de latón—. Usted se queda la varita —añadió, y le devolvió la varita a Emily.





—Adelante -dijo entrecortadamente, señalando la puerta con el pulgar—. Entra.

—¿Usted no... entra... conmigo?

—No, no, yo no estoy autorizado. ¡Buena suerte!

El corazón de Emily latía con violencia contra su garganta. Tragó saliva, giró el pesado pomo de hierro de la puerta y entró en la sala del tribunal.

Emily no pudo contener un grito de asombro. Las paredes eran de piedra oscura, y las antorchas apenas las iluminaban. Había gradas vacías a ambos lados, pero enfrente, en los bancos más altos, había muchas figuras entre sombras. Estaban hablando en voz baja, pero cuando la gruesa puerta se cerró detrás de Emily se hizo un tremendo silencio. Una fría voz masculina resonó en la sala del tribunal:

—Llegas tarde.

—Lo siento —se disculpó Emily, nerviosa—. No... no sabía que habían cambiado la hora y el lugar.

—De eso no tiene la culpa el Wizengamot —dijo la voz—. Esta mañana te hemos enviado una lechuza. Siéntate.

Emily miró la silla que había en el centro de la sala, que tenía los reposabrazos cubiertos de cadenas. Echó a andar por el suelo de piedra y sus pasos produjeron un fuerte eco. Cuando se sentó, con cautela, en el borde de la silla, las cadenas tintinearon amenazadoramente, pero no la ataron. Estaba muy mareada, a pesar de lo cual miró a la gente que estaba sentada en los bancos de enfrente.

harry potter || one shots y fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora