Capítulo 20

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Unwritten - Natasha Bedingfield.

Abro los ojos asustada al sentir algo lamer mi rostro

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Abro los ojos asustada al sentir algo lamer mi rostro. Luego de parpadear unas cuantas veces, me percato que hay un intruso de cuatro patas en mi recámara.

—Hola cosita hermosa, ¿cómo te llamas? — le digo al perro con voz chistosa. Es algo lógico que el perro no me va a responder, sin embargo, no me limito en preguntar y acariciarlo.

Parece un bombón gigante. Su pelaje es muy suave y sus patas son grandes y redondas. Me pregunto ¿cómo es que los últimos dos días no vi a ningún perro andar por la casa?

—Señorita, buenos... —inicia Rosita desde la puerta—...Chéster, fuera— le ordena al perro.

El animal obedece huyendo sin dejar de dar brincos.

Riéndome por la inocencia de la criatura, me siento entre las delicadas sábanas blancas.

—Buenos días, Rosita. No sabía que Maximiliano tenía un perro.

—Sí, señorita. El perro estuvo en el hotel para perros, por eso no lo vio.

A mi cabeza viene la imagen de la película "Hotel para perros". Hoy he aprendido que realmente sí existen hoteles enfocados en mascotas y no es producto de un director de cine. Culpo a Derek por ser alérgico a los animales.

—Oh, ya veo.

—El señor Dimitriou salió para resolver algunos asuntos, pero no tarda en regresar, ¿lo quiere esperar para desayunar?

—Sí, claro —sonrío.

—Muy bien, yo me retiro —Rosita sale de la recámara tras dejar dos toallas recién salidas de la secadora.

Como todavía sigo con el rostro sin desmaquillar correctamente y con el cuerpo cubierto por una leve capa de sudor, agarro las dos toallas y me dirijo al cuarto del baño para preparar un ducha fría.

Ayer, después de cambiarme de ropa y regresar al evento, seguí manteniendo conversaciones con desconocidos hasta que Maximiliano subió al escenario para agradecer a gran parte de los invitados por donar cantidades exageradas a hospitales de Florida.

Uno de los recuerdos que sigue intacto en mi cabeza, es la hora de partir de la celebración.

—Mierda, ¿de verdad no se cansan? —se quejó Maximiliano al ver que, pasadas las doce de la madrugada, todavía había paparazzis esperando a que saliéramos.

—Que flojera tener su empleo —negué, tomando asiento en una banca mientras veía a Maximiliano alejarse para contactar a sus hombres de seguridad.

A diferencia de cuando llegamos, ya no había alfombra roja ni seguridad ni postes separadores que por lo menos se atrevían a respetar. Todos estaban amontonados en la entrada principal tomando fotos desde lo lejos.

Mientras Me Busques (1º) ©Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum