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El tiempo pasó... Berth seguia igual en actitud, sin embargo, parecía haberse llevado bien con la psicóloga, quien resultó ser la misma que persiguió al vago de su novio. La doctora Rico Brzenska era realmente genial, tenía ejercidos didácticos y dinámicas interesantes basadas en la confianza y el respeto mutuo. Claro, todo con la ayuda de una pequeñísima dosis de pastillas anti depresivas.
Rápidamente el verano dió paso al otoño y posteriormente al invierno, era momento de volver a clases y el moreno debía enfrentar ese hostil ambiente, ya no le permitían ir sólo, tampoco le dejaban salir con frecuencia, por lo que Porco se puso algo triste.
El señor Hoover fue el encargado de llevar al menor al colegio, para evitar accidentes y toparse con aquel rubio idiota.
—Nos vemos, hijo—dijo el mayor estacionándose fuera del establecimiento escolar.
Bertholdt sonrió hacia su padre y miró a la escuela, realmente no quería asistir, aunque Porco prometió lo protegería, se lo había dicho por teléfono. Sin embargo, sentía que so veía a Reiner iba a salir corriendo tras él, incluso si le pidiera sexo, él se lo daría sin pensar.
—Hasta luego papá..—susurró antes de bajar del auto. Tomó su maleta y se dirigió hacia la entrada.
Apenas llegar se topó con algunas personas conocidas que le miraron la muñecas con cara de asco, rápidamente se aferró a los tiraban su mochila y empezó a caminar apretando el paso.
Aquella rubia llegó en su auto rosa con sus amigas, parecía que su padres le habían premiado por salir embarazada.
Inclusive ya se le notaba la panza, sin embargo, nadie le decía nada ella era como la reina de la escuela, sus amigas bajaron y como siempre eran las dueñas del lugar, rápidamente caminaron robando miradas y halagos, hasta que algo le pareció familiar, y es que Historia vio la silueta del chico al que le había robado la felicidad.
—Hola Berthy—dijo acercándose por detras e inmediatamente sus amigas lo rodearon, viendo cuidadosamente las cicatrices en sus muñecas—. Vaya creía que los emo ya se habían extinto —comentó rdiendo.
Hoover se sintió morir al ver la panza de embarazo de la rubia, ¿así que era cierto? Él no dijo nada, quería seguir su camino pero estaba siendo acorralado por ese grupo de arpías.
Su mamá le había dicho que era un guerrero, y que no debían afectarle las críticas ni las malas palabras.
—Hola, Historia—respondió dandose vuelta, la miró desde arriba mientras sería que moría por dentro—. Y yo creía que en la ciudad no habían serpientes venenosas—susurró mientras salia del grupo de chicas.
—Creeme, no querrías que una de esas serpientes te atacara en serio— murmuró mientras se daba la vuelta para continuar su camino. En su estado no podía enfrentarse al chico , pero sus amigas sí.
