Capítulo 6

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El alba empieza a entrar por las ventanas, y el Capitolio tiene un aire brumoso y encantado. Me recojo el pelo en una trenza.

Es la primera vez, desde la mañana de la cosecha, que me parezco a mí misma: nada de peinados y ropa elegantes, nada de capas en llamas, sólo yo, con el aspecto que tendría si fuera al bosque.

Haymitch no nos había dado una hora exacta para desayunar y nadie me había llamado, pero tengo tanta hambre que me dirijo al comedor esperando encontrar comida. Lo que encuentro no me decepciona aunque la mesa principal está vacía, en una larga mesa de un lateral hay al menos veinte platos.

Un joven, un avox, espera instrucciones junto al banquete. Cuando le pregunto si puedo servirme yo misma, asiente. Mientras me atiborro, observo la salida del sol sobre el Capitolio.

Haymitch y Peeta entran en el comedor y me dan los buenos días, para después pasar a llenarse los platos. Me irrita que Peeta lleve exactamente la misma ropa que yo; tengo que comentarle algo a Cinna, porque este juego de los gemelos nos va a estallar en la cara cuando empiece la competencia seguro que lo saben.

Entonces recuerdo que Haymitch me dijo que hiciera todo lo que me ordenasen los estilistas. De haber sido otra persona y no Cinna, habría sentido la tentación de no hacerle caso, pero después del triunfo de anoche no tengo mucho que criticar.

El entrenamiento me pone nerviosa. Hay tres días para que todos los tributos practiquen juntos. La última tarde tendremos la oportunidad de actuar en privado delante de los Vigilantes de los juegos. La idea de encontrarme cara a cara con los demás tributos me revuelve las tripas; empiezo a darle vueltas al panecillo que acabo de tomar de la cesta, pero se me ha quitado el apetito.

Después de comerse varios platos de estofado, Haymitch suspira, satisfecho, saca una botella del bolsillo, le da un buen trago y apoya los codos en la mesa.

-Bueno, vayamos al asunto: el entrenamiento. En primer lugar, si quieren, pueden entrenar por separado. Decidanlo ahora.

-¿Por qué íbamos a querer hacerlo por separado? - pregunto

- Supón que tienes una habilidad secreta que no quieres que conozcan los demás.

- No tengo ninguna - dice Peeta, en respuesta a mi mirada - Y ya sé cuál es la tuya, ¿no? Me he comido más de una de tus ardillas.

- Puedes entrenarnos juntos - le digo a Haymitch. Peeta asiente.

- De acuerdo, pues denme alguna idea de lo que sabén hacer

- Yo no sé hacer nada - responde Peeta - a no ser que cuente el saber hacer pan.

- Lo siento, pero no cuenta, ______, ya sé que eres buena con el cuchillo

-La verdad es que no, pero sé cazar con arco y flechas.ñ

- ¿Y se te da bien? -pregunta Haymitch.

Llevo cuatro años encargándome de poner comida en la mesa. No soy tan buena como mi padre, pero él tenía más práctica. Apunto mejor que Gale, pero yo tengo más práctica él es un genio de las trampas.

- No se me da mal - respondo.

- Es excelente - dice Peeta - Mi padre le compra las ardillas y siempre comenta que la flecha nunca agujerea el cuerpo, siempre le da en un ojo. Igual con los conejos que le vende a la carnicera, y hasta es capaz de cazar ciervos.

Esta evaluación de mis habilidades me pilla completamente desprevenida.

En primer lugar, el hecho de que se haya dado cuenta, y, en segundo, que me esté halagando así.

Tributos Del Capitolio [Petta Mellark Y Tú ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora