Capítulo 41

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Peeta, mi último deseo, mi promesa mantenerlo con vida. Me animo un
poco al darme cuenta de que debe de seguir vivo, ya que no ha soñado ningún cañón

Entre ellos hay una alianza mucho más profunda, basada en varios años de amistad y en quién sabe qué más.

Por tanto, si Johanna me ha traicionado, yo no debería seguir confiando en Finnick.

Llego a esa conclusión pocos segundos antes de oír a alguien que baja corriendo la pendiente hacia mí.

Ni Peeta, ni Beetee pueden moverse tan deprisa, así que me escondo detrás de una cortina de plantas y me oculto justo a tiempo.

Finnick pasa volando a mi lado, con la piel manchada por la medicina, saltando a través de la maleza como un ciervo. Llega rápidamente al lugar del ataque y ve la sangre.

—Johanna, _______! —grita.

Me quedo donde estoy hasta que se marcha en la dirección que siguieron Johanna y los profesionales

Me muevo con toda la rapidez de la que soy capaz sin hacer que el mundo se ponga a dar vueltas. Me palpita la cabeza con los veloces latidos de mi corazón. Los insectos, probablemente nerviosos con el olor a sangre, han aumentado el ritmo de los chasquidos hasta convertirlos en un rugido. No, espera, quizá el rugido que oigo en los oídos se deba al golpe.

Tengo que moverme más deprisa
y llegar a Peeta.

El cañonazo me detiene en seco:
alguien ha muerto. Sé que con todo el mundo corriendo por ahí armado y asustado podría ser cualquiera, pero,
sea quien sea, creo que esta muerte disparará una especie de guerra.

La gente matará primero y preguntará por sus motivos después. Me obligo a correr

Una cosa se me engancha en los pies y caigo despatarrada al suelo

Noto algo que me rodea, que me atrapa en unas fibras afiladas ¡una red!

Debe de ser una de las elaboradas redes de Finnick, colocada para cazarme, y él debe de estar cerca, tridente en mano. Me agito durante un momento, con lo que sólo consigo que la red me apriete todavía más
entonces la distingo un poco mejor, gracias a un rayo de luz de luna

Desconcertada, levanto el brazo y veo que está enganchado en unos
relucientes hilos dorados. No es una de las redes de Finnick, sino el
alambre de Beetee.

Me levanto con cuidado y veo que estoy en una zona llena de cable, que se ha quedado pillado en un tronco en su camino de vuelta al árbol del rayo. Me desenredo poco a poco, me aparto de su alcance y sigo colina arriba.

Lo bueno es que voy por el camino correcto y la herida en la cabeza no me ha desorientado. Lo malo es que el alambre me ha recordado la tormenta eléctrica que se avecina. Todavía oigo los insectos, pero ¿empiezan a callarse?

Mantengo los rollos de cable a unos cuantos metros a mí izquierda, para
usarlos de guía mientras corro, aunque procurando no tocarlos.

Si los insectos se van y el primer rayo está a punto de caer en el árbol, toda su potencia recorrerá ese alambre, y todo el que esté en contacto con él
morirá.

El árbol aparece ante mí, con el tronco adornado de oro. Freno, intento moverme con más sigilo, pero la verdad es que debo dar gracias de seguir todavía en pie. Aunque busco a los demás, aquí no hay nadie

—¿Peeta? —lo llamo en voz baja—¿Peeta?

Un débil grito me responde, así que me doy rápidamente la vuelta y encuentro a alguien tirado en el suelo, un poco más arriba

Tributos Del Capitolio [Petta Mellark Y Tú ]Where stories live. Discover now