Capítulo 14

2.1K 165 38
                                    

Estamos en tablas. Sé que no puedo convencerlo de esto, así que no lo intento y finjo aceptarlo a regañadientes

—Entonces tendrás que hacer lo que te diga, beberte el agua, despertarme cuando te lo pida y comerte toda la sopa, ¡aunque esté asquerosa!

—De acuerdo. ¿Está ya?

—Espera aquí

El aire se ha vuelto frío, aunque el sol no se ha puesto. Yo tenía razón, los
Vigilantes están jugando con la temperatura.

Me pregunto si uno de los tributos necesitará desesperadamente una buena manta.

La sopa sigue calentita en su olla de
hierro y, de hecho, tampoco está tan asquerosa. Peeta se la come sin quejarse, e incluso rebaña la olla para demostrar su entusiasmo.

Divaga sobre lo deliciosa que está, lo que debería animarme, de no ser porque sé lo que le hace la fiebre a la gente. Es como escuchar a Haymitch antes de que el alcohol lo deje del todo incoherente.

Le doy otra dosis de la medicina para la fiebre antes de se le vaya por completo la cabeza

Cuando me acerco al arroyo para lavarme, sólo puedo pensar en que morirá si no acudo al banquete. Lo mantendré con vida un par de días y después la infección le llegará al corazón, al cerebro o a los pulmones y acabará con él.

Y yo me quedaré aquí sola, otra vez, esperando a los demás. Estoy tan perdida en mis pensamientos que casi me pierdo el paracaídas, aunque flota delante de mis narices.

Salto a cogerlo, lo saco del agua y arranco la tela plateada para conseguir el frasco.

¡Haymitch lo ha conseguido! Ha conseguido la medicina, no sé cómo, habrá convencido a un grupo de románticos idiotas para que vendieran sus joyas.

¡Puedo salvar a Peeta! Sin embargo, es un frasco muy pequeño, debe de ser muy fuerte para curar a alguien tan enfermo. Empieza a corroerme la
duda, así que destapo el frasco y lo huelo se me cae el corazón a los pies cuando me llega el aroma dulzón. Para asegurarme, me echo una gota en la punta de la lengua no cabe duda, es jarabe somnífero.

Es una medicina común en el Distrito 12, barata para ser medicina, aunque muy adictiva. Casi todos han tomado una dosis en algún momento.

Nosotras tenemos un poco en casa, y mi madre se la da a los pacientes
histéricos, de modo que se duerman y ella pueda coser una herida fea, tranquilizarlos o sólo mitigar su dolor durante la noche. Sólo hace falta un poquito, un frasco de este tamaño podría tumbar a Peeta durante un día entero, pero ¿de qué me sirve eso?

Me pongo tan furiosa que estoy a punto de tirar al arroyo el último regalo de Haymitch, hasta que caigo en la cuenta: ¿un día entero? Es más de lo que necesito

Aplasto un puñado de bayas para que no se note tanto el sabor y añado algunas hojas de menta, por si acaso. Después, regreso a la cueva

—Te he traído un regalo e encontrado otro arbusto de bayas un poco más abajo.

Peeta abre la boca sin vacilar para tragarse el primer bocado, pero, acto seguido, frunce un poco el ceño.

—Están muy dulces

—Sí, son almezas mi madre las utiliza para hacer mermelada. ¿Es que no las
habías probado antes? —pregunto, metiéndole la siguiente cucharada en la boca

—No —responde él, casi perplejo—pero me suena el sabor. ¿Almezas?

—Bueno, no es fácil encontrarlas en el mercado, son silvestres —respondo otra cucharada dentro, sólo me queda una.

Tributos Del Capitolio [Petta Mellark Y Tú ]Where stories live. Discover now