Capítulo 9

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Sesenta segundos. Es el tiempo que tenemos que estar de pie en nuestros círculos metálicos antes de que el sonido de un gong nos libere.

Si das un paso al frente antes de que acabe el minuto, las minas te vuelan las piernas. Sesenta segundos para
observar el anillo de tributos, todos a la misma distancia de la Cornucopia, que es un gigantesco cuerno dorado con forma de cono, con el pico curvo y una abertura de al menos seis metros de alto, lleno a rebosar de las cosas que nos sustentarán aquí, en el
estadio comida, contenedores con agua, armas, medicinas, ropa, material para hacer fuego.

Alrededor de la Cornucopia hay otros suministros, aunque su valor decrece cuanto más lejos están del cuerno. Por ejemplo, a pocos pasos de mí hay un cuadrado de plástico de un metro de largo. Sin duda sería útil en un chaparrón.

Sin embargo, cerca de la abertura veo una tienda de campaña que me protegería de cualquier condición atmosférica; si tuviera el valor suficiente para entrar y luchar por ella contra los otros veintitrés tributos, claro, cosa que me han aconsejado no hacer.

Estamos en un terreno despejado y llano, una llanura de tierra aplanada. Detrás de los tributos que tengo frente a mí no veo nada, lo que indica que hay una pendiente descendente o puede que un acantilado.

A mi derecha hay un lago. A la izquierda y detrás, unos  bosques de pinos. Ésa es la dirección que Haymitch querría que tomase, y de inmediato

Oigo sus instrucciones dentro de mi cabeza: «Salgan corriendo, pongan toda la distancia posible de por medio y encuentren una fuente de agua».

Sin embargo, es tentador, muy tentador ver el regalo delante de mí, esperándome, y saber que, si no lo cojo yo, lo hará otro que los tributos profesionales que sobrevivan al baño de sangre se repartirán casi todo el botín, esencial para sobrevivir aquí.

Algo me llama la atención sobre un montículo de mantas enrolladas hay un carcaj de plata con flechas y un arco, ya tensado, esperando a que lo disparen

Eso es mío pienso Lo han dejado para mí

Soy rápida, Sé que puedo conseguirlo, sé que puedo llegar primero, aunque la pregunta es ¿podré salir de ahí lo bastante deprisa?

Sé que el minuto debe de estar a punto de acabar y tengo que decidir cuál será mi estrategia al final me coloco instintivamente en posición de correr, no hacia el bosque que nos rodea, sino hacia la pila, hacia el arco.

Entonces, de repente, veo a Peeta, que está cinco tributos a mi derecha a pesar de la distancia, sé que me está mirando y creo que sacude la cabeza
pero el sol me da en los ojos y mientras le doy vueltas al tema, suena el gong.

¡Y me lo he perdido! ¡He perdido la oportunidad! Porque esos dos segundos de más sin prepararme han bastado para hacerme cambiar de idea.

Muevo los pies de un lado a otro, sin saber la dirección que me indica el cerebro, y me lanzo hacia delante, recojo el cuadrado de plástico y una hogaza de pan. He tomado tan poco y
estoy tan enfadada con Peeta por distraerme que avanzo unos quince metros hacia la Cornucopia y recojo una mochila de color naranja intenso que podría contener cualquier cosa, sólo porque no puedo soportar la idea de irme prácticamente sin nada.

Un chico, creo que del Distrito 9, intenta tomar la mochila a la vez que yo y, durante un breve instante, los dos tiramos de ella. Entonces él tose y me llena la cara de sangre. Doy un tambaleante paso atrás, asqueada por las cálidas gotitas pegajosas; el chico cae al suelo y veo el cuchillo que le sobresale de la espalda

Los demás tributos han llegado a la Cornucopia y están dispersándose para atacar

Sí, la chica del Distrito 2 corre hacia mí, está a unos diez metros y lleva media docena de cuchillos en la mano

Tributos Del Capitolio [Petta Mellark Y Tú ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora