Capítulo 23 - Muérdago

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Cuando se hablaba del aroma de las fiestas decembrina siempre venía a mi mente olor a ponche de frutas que mi madre preparaba, a la comida mexicana que mis tías cocinaban, a la ensalada dulce con la que Anton nos sorprendía y al olor a especias, q...

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Cuando se hablaba del aroma de las fiestas decembrina siempre venía a mi mente olor a ponche de frutas que mi madre preparaba, a la comida mexicana que mis tías cocinaban, a la ensalada dulce con la que Anton nos sorprendía y al olor a especias, que eran las que papá solía utilizar para sazonar la comida; pero si me hubieran preguntado a qué me olía diciembre no dudaría en responder que a amor: amor familiar, porque eso era lo que más abundaba en mi vida en estas fechas, y durante todo el año.

— Mamá, tranquila, no vine a trabajar, me llamaron para recoger algunas de las muestras que todos los años nos obsequian a Terin y a mí.

Nada de eso, seguro que te han pedido que fotografíes a algún modelo —esquivé a algunos turistas ansiosos por resguardarse del terrible frío de esta mañana, y a uno que otro fiestero desvelado.

— No voy a trabajar —aclaré haciendo malabares con la gran cantidad de bolsas que llevaba en las manos.

Hija, que hace dos años sí que lo hicieron.

— Mamá, esté año no será así. Tranquila, que no voy a trabajar el día de hoy.

¿En qué te has ido? ¿En autobús?

— No, tomé el auto de Terin.

Mi niña, ¿por qué no te compras un auto?

Una paseadora de perros casi me derribó, sonrió a modo de disculpa y se alejó corriendo para no caerse de nariz al piso, en mi distracción terminé golpeándome con un hombre tan alto y con cara de mal humorado.

— Lo siento.

Me disculpé de inmediato, de su parte únicamente recibí una mirada hosca y lo escuché mascullar algo ininteligible. Me quedé de pie como tonta viéndole la espalda mientras se alejaba.

Ese hombre tiene más pelo en la cara que un oso.

Pensé en ese instante, además de que por mucho rebasaba la media de estatura de todas las personas que se encontraban en la plaza.

Una gran montaña malhumorada.

— Pero que mal genio —mascullé olvidando que mamá seguía es parloteándome al oído.

¿Quién tiene mal genio? ¿Yo tengo mal genio? —cuestionó sonando sorprendida y un tanto indignada.

— No, mamá, tú no tienes mal genio —excepto cuando olvidas los frijoles en la estufa y terminan quemándose —, y no quiero un auto, porque el auto de Terin es suficiente para las dos. Ella nunca lo usa, y cuando lo hace es porque estoy con ella.

¿Y qué pasará cuando ella lo necesite, vas a viajar en qué, en burro?

Suspiré agotada cuando finalmente llegué a mi destino, el auto de mi mejor amiga, un auto que ya estaba bañado en nieve, lamentablemente para mí, colocar las bolsas sobre la nieve arruinaría su contenido, y encontrar las llaves del auto estaba siendo toda una travesía.

Sam #PGP2021Where stories live. Discover now