Capítulo 51 - Lágrimas

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Dos semanas han pasado desde que llegué a este lugar

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Dos semanas han pasado desde que llegué a este lugar. La pequeña, pero cómoda habitación que ha sido mi refugio durante todo este tiempo también ha sido testigo de mi ansiedad, y de mis constantes cambios de humor y de la todavía ausencia de lágrimas.

Me he formado una rutina: por las mañanas desayuno, me ejercito, bajo al pequeño café restaurante que forma parte de la casa de Lorelie, la dueña, quien resulta ser una señora mayor tan amable como atenta, luego paseo por las calles, tomando fotografías de aquí y de allá, viendo como los rinconcitos se abarrotan de curiosos turistas que soñaban con visitar la isla; por las tardes hablo con mi familia, les cuento los por menores de mi día, por las noches recorro la isla prácticamente vacía, y a escasos pasos de llegar hasta ese sitio, doy media vuelta y me siento a contemplar su exterior, débilmente iluminado por las luces que la rodean.

Todavía no tengo el valor de entrar ahí, todavía me detengo en sus alrededores, a la espera de sentirme lo suficientemente fuerte para volver a sus entrañas.

A estas horas la marea ya ha bajado, dando la bienvenida a los visitantes que se congregan por el pueblo, a la espera de poder conocer la preciada edificación, sin embargo, hoy ha sido un día particularmente desprovisto de turistas.

Sin darme cuenta, mis pies, que no han parado de moverse, me guían directamente a ella, pago mi entrada de diez euros, la señorita que me recibe parece reconocerme, pues la sorpresa se ve reflejada en su mirada, y por un momento no sabe cómo actuar, pero se recompone al instante.

— Bienvenida —me entrega el boleto, coloco los diez euros frente a ella, niega, devolviéndome el dinero —. Adelante —trago con dificultad, su gesto, aunque amable, no me hace las cosas más sencillas.

— Gracias.

Cojo el dinero y comienzo a subir la escalinata, tomando fotografías del monumento, de los visitantes, y cuando me encuentro frente a la entrada principal, me paralizo. Respiro profundamente antes de continuar, entonces me adentro en ella y descubro que todo es más hermoso de lo que recordaba.

Hago algunas tomas mientras contemplo todo a mi alrededor; todo se ve tan diferente, y al mismo tiempo, todo se nota exactamente igual, aunque hoy no hay flores ni caracolas, hoy no están los elegantes vestidos ni los trajes. Hoy no hay personas luciendo ansiosas y emocionadas. Hoy no hay espectadores, hoy solamente somos la Abadía de Mont Saint-Michel y yo.

Recorro los jardines que en algún momento Gabriel recorrió conmigo y en esta ocasión noto las imperfecciones que hay en cada sitio, imperfecciones que hacen más hermoso este lugar. La primera vez que vi la Abadía me enamoré de ella, y hoy que he vuelto reconozco que ese sentimiento no ha cambiado en absoluto.

No sé exactamente cuánto tiempo me quedo analizando cada pequeño detalle que puedo, pero la noche cae, los turistas se ausentan y cuando uno de los monjes me pide que me retire, lo hago. Desde la distancia vuelvo a contemplarla, ya no parece lejana, ni un mal recuerdo, pero este lugar tiene algo tan especial como mágico, con o sin decoraciones, con o sin personas.

Sam #PGP2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora