Capítulo 50 - Agosto en Londres

977 177 52
                                    

Los meses se han ido volando, las reuniones y festejos han vuelto a ser lo de antes, pero las lágrimas siguen ausentes, y el agujero en mi pecho, uno que pareciera finalmente haber dejado de crecer, sigue ahí, recordándome que una parte de mí se h...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los meses se han ido volando, las reuniones y festejos han vuelto a ser lo de antes, pero las lágrimas siguen ausentes, y el agujero en mi pecho, uno que pareciera finalmente haber dejado de crecer, sigue ahí, recordándome que una parte de mí se ha ido, y no volverá.

— Te veré dentro de quince días —tomo mi abrigo dejando el cómodo sofá de la doctora.

— ¿Cree que tengo algo malo? —cuestiono apenas me pongo de pie —, es decir, ¿qué tan normal es que simplemente no pueda hacerlo? Quizá algo pasó con mis lagrimales, o me volví completamente no sé, una máquina o algo así.

La doctora sonríe con amabilidad. Sus ojos cafés resplandecen con calidez.

— Samanta, viniste buscando respuestas y te dije que no te las daría, porque no las tengo, también te dije que te escucharía, y que tú misma encontrarías todas y cada una de esas respuestas que tanto has buscado durante todo este tiempo.

Su contestación logra el mismo efecto de siempre, decepción.

Han pasado diez meses desde aquel día; ocho meses desde que comencé a ir psiquiatra, y siete desde que comencé a asistir con la psicóloga. Supe que necesitaba más ayuda de la que en realidad estaba dispuesta a aceptar cuando comencé a tener ataques de ansiedad, padecer insomnio y a sentirme completamente abrumada con mis propios pensamientos.

Desde que inicié con la medicación y las terapias me he sentido un poco mejor, pero me está costando demasiado aceptar que él no ha vuelto, y que yo, de alguna manera sigo esperando por su regreso.

— No se supone que ustedes están para darnos las respuestas a todo. Son como dioses o algo así —vuelve a sonreír.

— No, no somos dioses, pero si crees en un Dios, habla con él, no está mal hacerlo, sin embargo no puedo darte respuestas que no conozco. Estoy aquí para escucharte y dar mi opinión profesional. Como ya te lo dije, voy a ir de la mano contigo mientras recorres este camino, pero solo podré hacer algo al respecto si tú decides dejarme hacerlo.

Suspiro viendo al pequeño Buda que tiene sobre una de sus estanterías. Sé que ha cambiado de religión desde hace tiempo, pero me sigue pareciendo interesante todo lo que decora su oficina.

— Creo que... —tomo un poco de aire antes de continuar —. Realmente me gustaría volver a ser la de antes. La Samanta que no se sentía tan... incompleta, tan perdida.

— Samanta, no hay manera de que puedas ser la de antes. A lo largo de este año has madurado, y eso ya te hace ser una mujer diferente. Has pasado por algo que te marcó, y eso te hace ser diferente. De ahora en adelante serás una versión diferente, mejorada, siempre y cuando sigas poniendo de tu parte.

Vuelvo a decepcionarme, pero por primera vez en meses de terapia, no me siento molesta conmigo, o con ella, o con el mundo.

— Samanta —se acerca hasta mí —. Extraoficialmente, dejando de lado el papel de psicóloga, y poniéndome en los zapatos de Sara Pérez, creo que tus lágrimas no han vuelto porque de algún modo ese sería tu cierre en esta historia.

Sam #PGP2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora