Capítulo 39 - Casi una tormenta

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El sonido del timbre a punto de quemarse no nos despertó aquella mañana, definitivamente lo hicieron los golpes que provenían de la puerta, una que estaba peligrosamente cerca de venirse abajo, como mi ánimo, y mi corazón

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El sonido del timbre a punto de quemarse no nos despertó aquella mañana, definitivamente lo hicieron los golpes que provenían de la puerta, una que estaba peligrosamente cerca de venirse abajo, como mi ánimo, y mi corazón.

— Creo que se está incendiando el edificio —murmuró Terin todavía abrazándome —, o algo así. Quizá hay una invasión alienígena. Tal vez un golpe de estado —me aferré a su pijama como si fuera mi cuerda de salvación —. Tranquila, nos quedaremos aquí he ignoraremos al mundo entero.

Pero los golpes no mermaron, y el sonido del timbre nos taladraba las orejas. Ella dejó la cama a regañadientes, yo me hice un ovillo debajo de las sábanas.

— Si no hay alguna nave espacial destruyendo la ciudad, mataré a quien esté aporreando la puerta a estas horas de la madrugada. Maldita sea, es sábado y son las carajas seis de la mañana. Juro por la vida de mi pez imaginario que voy a meter mi pie en su trasero. Maldita sea, voy a matar a quien sea que se encuentre del otro lado.

La escuché maldecir un poco más antes de que los golpes cesarán y el timbre finalmente se quedará en silencio.

— ¿Dónde está? —Me encogí cuando escuché su voz.

— Tienes que irte, ella no está lista...

— Por favor, voy a aclarar las cosas.

— ¿Eso quiere decir que no tuviste sexo con la siliconada esa? Y mira que no tengo nada contra los que deciden hacerse un cambio de imagen y ponerse implantes mamarios, muy respetable su decisión. Así que retiró lo de la siliconada, pero agrego lo de la maldita, porque eso de enviarle imágenes y videos tan horribles es muy bajo...

— Terin, por favor, enfócate. ¿Dónde está?

— Donde tiene que estar.

— Por favor, no es lo que imaginan. No es lo que ella imagina. No sé qué imágenes le enviaron, pero no es lo que ustedes creen.

— Bueno, es que no sé si ella quiera hablar contigo.

— Terin, te lo suplico. ¿Dónde está?

No salí de debajo de las sábanas mientras lo escuchaba pasearse de un lado a otro, pero sabía que algún momento dado tendría que afrontar la realidad. Me armé de valor, uno que definitivamente no sentía y caminé hasta la sala, inmediatamente localicé a Gabriel, llevaba el traje arrugado, el pelo hecho un desastre, los ojos inyectados de sangre, la barba incipiente de un día y el rostro empañado por la preocupación y la desesperación.

— Terin, podrías dejarnos un momento a solas —los dos se volvieron de inmediato.

— Claro —respondió ella dubitativa, caminó en mi dirección y me sonrió —. Estaré allá, si necesitas algo.

— Gracias —le devolví la sonrisa. Cuando ella desapareció por el pasillo lancé la primera pregunta, una de muchas —. ¿La besaste? —Gabriel se notó inmediatamente contrito.

Sam #PGP2021Where stories live. Discover now