Capítulo 6

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Bianca caminó hecha una furia hacia la comisaría de policía. Había salido del bar hacía unos diez minutos y corrido hacia allí, prácticamente quedándose sin aire en el camino.

Entró por la puerta, buscando con la mirada al policía que la había llamado. Se acercó al mostrador, sorprendentemente vacío, y le preguntó al hombre que estaba allí.

―Perdone... ¿El oficial Mathews?

Él la miró con su ojos azules cansados y, sin una sola sonrisa de cortesía, la llevó a una sala cercana donde estaba sentado en una mesa otro hombre con el uniforme policial.

El hombre la miró y se levantó, tendiéndole la mano.

―Bianca Fiol, supongo –dijo. Ella asintió, sacudiendo su mano―. Yo soy el oficial Mathews –aclaró.

Mathews no podía tener más de cuarenta años, conservaba un buen físico y su pelo castaño estaba solo salpicado por alguna cana por aquí y por allá. Sus ojos grisáceos parecían analizarla mientras la saludaba.

―Terminemos con esto –le dijo firmemente.

Vio una pequeña sonrisa tirar de los labios del policía, y unas pequeñas arruguitas hicieron su aparición al lado de sus ojos antes de que él asintiera y la guiara por varios pasillos y salas, repletas de otros policías que pululaban agitadamente de un lado a otro, los teléfonos sonando ininterrumpidamente en una cacofonía de sonidos que le dio dolor de cabeza inmediatamente.

O puede que el dolor de cabeza venga de antes...

Mathews caminó en silencio, sin girarse ni una sola vez para comprobar que ella le seguía, y no trató de entablar conversación ni de contarle qué era exactamente lo que había pasado, y lo que pasaría después de ese momento.

Finalmente, llegaron a una sala en la que había dos amplias celdas de barrotes blancos desconchados, una celda a cada lado, ambas vacías salvo por una persona que ocupaba cada una.

―¿Qué? –Bianca se colocó frente a la celda a su derecha, sin esperar la aprobación del policía. Oops― ¿Te lo has pasado bien, Ione?

Ione parpadeó con inocencia, justo antes de hacer una pequeña y casi inadvertida mueca de dolor. Bianca frunció el ceño. Estaba hecha un cristo: un moratón verdoso se estaba formando en su pómulo derecho, el pelo rojizo estaba despeinado y parecía más bien un nido de pájaros, tenía el labio partido y el piercing de su ceja estaba en paradero desconocido. Su ropa estaba manchada ligeramente de sangre y en necesidad de un planchado urgente, además de tener un desgarrón en la camiseta negra, justo al lado del hombro.

―Mejor que nunca, muchas gracias –respondió, escondiendo el sarcasmo tras una voz de terciopelo.

―Dame cinco minutos y cambio eso, perra –gruñó a su espalda una voz desde la otra celda.

Bianca miró por encima de su hombro con una ceja alzada en curiosidad, y vio a una muchacha rubia teñida, con raíces castañas, el pelo a la altura de los hombros e igual de despeinado que el de Ione. Parecía igual de golpeada y en mal estado que su amiga, la única diferencia era que era como el doble de tamaño que Ione. Y también el doble de Bianca, para el caso.

―Cállate antes de que te ponga una denuncia por amenazas a la integridad física, Stewarts –avisó el policía, que miraba la escena desde una pared cerca de la puerta por donde habían entrado.

Bianca alzó ambas cejas, lanzándole una mirada que decía "explícamelo todo. Ya." a Ione. Ella se encogió de hombros, sentada tranquilamente en el banco de la celda como si estuviera en el banco de un parque una soleada tarde de domingo.

EvitaciónWhere stories live. Discover now