Capítulo 12

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―¡Mierda!

Bianca dio un par de saltitos a la pata coja mientras siseaba de dolor. ¿Qué tendría el dedo meñique del pie que siempre, siempre se chocaba con la esquina de algún mueble? ¿Y por qué tendría tan mala suerte que solo le pasaba cuando tenía prisa?

Es la maldita ley de Murphy...

Tratando de ignorar el agónico dolor de su pie, cojeó hasta la cocina y abrió la nevera. Miró con nostalgia la botella de leche, pero al final se limitó a coger un bote de zumo de naranja. No era capaz de tomar leche fría, y no tenía tiempo de calentarla. Ya iba tarde.

No había llegado tarde a clase en su vida. Siempre había sido muy cuidadosa con la puntualidad, y se aseguraba de poner las alarmas con tiempo de sobra para llegar a los sitios.

Por desgracia, ese día se había olvidado de poner a cargar el móvil, que con un dos porciento de batería se había apagado por la noche, dejándola sin alarma. Daba gracias de haberse levantado con un mínimo tiempo para llegar allí corriendo.

Es todo culpa del maldito pelirrojo, pensó, con rencor.

Los acontecimientos de la tarde anterior la estaban atormentando. ¿Había entendido mal a Erika, o Abel había dicho su nombre cuando estaba en la cama con ella? Tan solo de pensarlo, se sonrojó. No sabría cómo sentirse al respecto. ¿Halagada? ¿Ofendida? ¿Asqueada? Sí, asqueada sería la respuesta correcta.

Sin embargo, en el fondo sabía que no lo estaba. Algo en su interior se retorcía cada vez que pensaba en él, imaginando cómo sonaría su nombre en los labios de él en esos momentos...

Sintió un escalofrío por la espalda, y sus mejillas estaban ardiendo. Miró el reloj y dio un bote. No era momento de pensar en esas cosas. Se le hacía tarde y no podía perder el tiempo en cosas que no iban a pasar de ninguna de las maneras.

Cogió el vaso, ya lleno de zumo (¿cuándo había pasado eso?) y se lo bebió de un trago, agradeciendo el sabor fresco y dulce del zumo. Luego corrió al baño a lavarse los dientes, la cara y peinarse. Y con eso, ya estaba lista.

Ione se había ido hacía un rato a un examen, así que no tenía que esperar a nadie. Cogió su bolsa, las llaves y dinero para comprarse comida (le haría falta después de su no―desayuno) y dejó el móvil cargando en su mesilla de noche. No le gustaba ir sin él, pero no le serviría de nada si estaba descargado.

Necesito comprarme un despertador. No tendría estos problemas. Aunque claro, no podría ponerme canciones que me gusten para despertarme, tendría que conformarme con ese molesto pitidito... Aunque seguro que hay alguno con USB o algo así que sí que pueda poner canciones... ¿No?

Iba pensando todo eso mientras salía por la puerta. Hoy sería un día bastante tranquilo, ningún examen, tan solo clases ordinarias, así que no tenía que ir repasando ninguna cosa mientras iba de camino, y por ende podría ponerse música e ir haciendo playback por la calle como una auténtica psicótica. Y que el mundo diera gracias de que iba a ir haciendo playback y no cantando de verdad.

Cerró con llave la puerta mientras se ponía uno de los cascos, y se dio la vuelta, contenta de haber sido eficiente porque ya no tenía que correr hasta la universidad.

Y se encontró mirando fijamente a Abel.

Dio un gritito asustado y el casco cayó de su oído. Él gruñó, tapándose los oídos. Estaba sentado en las escaleras, el pelo despeinado como si se hubiera pasado demasiadas veces las manos por él, y la misma ropa que llevaba cuando salió de la casa el día anterior.

―¿Podrías no gritar, por favor? ―dijo, su voz profunda resonando, como siempre, dentro de ella.

Esto es ridículo. No puedo reaccionar así cada vez que hable.

EvitaciónWhere stories live. Discover now