Capítulo 31

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Oh no. Oh no, oh no, oh no.

―Nooo, ahora nooo ―Bianca golpeó con firmeza pero suavidad la calculadora, y volvió a pulsar el botón de encendido.

Por dentro, rezó para que la pantalla volviera a la vida tras sus golpes.

Nada.

Bianca dejó escapar un chillido frustrado, se sacó los cascos de los oídos, y los dejó encima de la mesa con un golpe.

No fue hasta que se hubo levantado (de un salto) y casi estaba abriendo la puerta, que escuchó la música y las risas que provenían de su salón.

Frunció un poco el ceño. ¿Qué hacían los chicos allí?

Tuvo la respuesta en cuanto dio un par de pasos, y distinguió el sonido en vivo de una guitarra. Sin embargo, de repente los acordes melódicos pararon, al mismo tiempo que lo que reconoció como la puerta principal de la casa se cerraba de un portazo.

Uhg, no tengo tiempo para fijarme en estas mierdas.

Entró como un vendaval en la cocina, sin que nadie se diera cuenta de ella, ya que estaban mirando fijamente a un Abel que tenía mucha pinta de cabreado. Se quedó parada en seco durante medio segundo, preocupada por lo que hubiera podido pasar.

―Creo que le voy a hundir la puta cabeza ―gruñó, con un tono tan serio que, si no le conociera mejor, pensaría que iba en serio.

―¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho?

Bianca, algo más tranquila sabiendo que no era nada grave, al menos no para la salud del pelirrojo, prosiguió en su búsqueda, recordando con un golpe de agobio lo que estaba buscando.

Pilas, pilas... ¿Dónde demonios guardamos las pilas en esta casa?

Apenas le quedaban esa tarde y otros dos días para estudiar, y no llevaba ni de lejos todo lo que debería. Al final, como siempre, se le había echado el tiempo encima, y la suerte no estaba ni de coña de su parte.

Ione la saludó con la mano al pasar por detrás de ella, que estaba sentada al otro lado de la barra americana. Killian, Jake y Archer, repartidos por el sofá y el suelo, tenían guitarras acústicas congeladas en sus manos, y Gabe estaba sentado encima de un cajón. Nadie se movía mientras esperaban la respuesta de Abel, y Bianca se tuvo que forzar a seguir, sabiendo que no podía permitirse perder el tiempo por mucha curiosidad que tuviera.

Abrió el cajón debajo de donde guardaban las cucharas, esperando ver pilas entre las montañas de velas, mecheros, sacacorchos, y demás artilugios.

―¿Abel? ¿Te importaría decirnos qué pasa?

―El vídeo lo van a sacar a la una.

Todos comenzaron a gritar de alegría, mientras Bianca no podía evitar sonreír mientras abría el resto de cajones desesperadamente.

―¡Queréis cerrar la puta boca!

El tono enfadado de Abel la dio un escalofrío. Waow, se le había olvidado lo serio que podía llegar a sonar. Pero era un cambio curioso que no fuera ella la destinataria de esos gritos.

Mejor, porque no me puedo parar a discutir ahora.

Nada. No hay nada en los cajones.

―¿Dónde coño...?

―Es a la una. De la mañana. ¡De la puta mañana! ―rugió.

―¡¿Qué?! ―gritaron todos al unísono.

―Pero Mark nos dijo que...

―Mark me puede comer los huevos ―gruñó―. Le he dicho que se meta su trato por donde le quepa.

EvitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora