Capítulo 2

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―¿Qué harás mañana, B?

Bianca levantó la mirada hacia Giles, quien tenía su usual trapo blanco colgado del hombro derecho. Sus ojos grises la miraban con curiosidad y cansancio, y su pelo rubio paja estaba húmedo y desordenado por el sudor y por haberse pasado la mano muchas veces a través de él.

Ella le dio una sonrisa cansada y encogió un hombro.

―Lo usual ―quedarme sentada en mi escritorio todo el día pensando en que debería haberme metido en una carrera más fácil y maldiciendo el momento en el que decidí que una carrera de física compaginada con un trabajo era una buena idea―. Estudiar.

Él empezó a carcajearse y ella, con una mirada sucia, siguió limpiando la mesa que le tocaba. El local estaba ya vacío, y ellos estaban limpiando para irse a casa, cuando eran casi las tres y media de la mañana.

Bianca no solía tener que quedarse a cerrar, pero ese día la compañera que debía haber estado trabajando se había puesto enferma, como solían hacer todas las compañeras que tenía Bianca por alguna razón del retorcido destino, así que había tenido que hacer ambos turnos. Y Giles había tenido compasión y no la había dejado en cuanto su turno había acabado, alegando que "no iba a dejarla sola a esas horas". Por supuesto, no era la única vez que ella se quedaba sola a "esas horas", ni el sitio más peligroso donde lo hacía, y tampoco sería la última vez que pasara, pero le gustaba su compañía.

Giles y ella no se habían conocido hasta hacía poco más de un mes, cuando a él le habían contratado. Al principio tan solo hablaban durante el trabajo y sobre el trabajo, pero en seguida empezaron a hablar en los ratos libres y habían creado una cómoda amistad.

Él tenía veinticuatro años, casi dos más que ella, venía de una ciudad al norte de Pensilvania, y había viajado por varios estados desde hacía un par de años, trabajando en restaurantes y bares de carretera por cortos periodos de tiempo, en busca del lugar que más le agradara y donde encontrara fortuna y/o amor. Eso era básicamente todo lo que sabía de él. Él no hablaba de su familia, ella no hablaba de la suya, y ambos básicamente comprendían el mensaje no verbal que indicaba que era mejor no preguntar, porque la pregunta muy probablemente no sería contestada.

―Vaya ―se quejó él, llamando de nuevo su atención tras unos segundos de silencio―. Yo creí que irías a ver a tu grupo preferido ―dijo las últimas palabras con sorna.

Ella levantó la vista y frunció el ceño, parando abruptamente.

―¿Qué? Sinceramente, dudo mucho que Metallica venga a tocar por aquí. Llámame loca.

―Loca.

Ella le lanzó el trapo con enfado y él lo atrapó con una carcajada malvada.

―No, en serio. ¿Qué querías decir?

―El grupo que estuvo aquí el otro día ―dijo, lanzándole de vuelta el trapo con una sonrisa ladeada―. Loud Coma, creo que se llamaba. Vi un cartel por ahí diciendo que mañana tocan en un local a un par de manzanas de aquí.

Bianca parpadeó confusa.

―¿Y qué te hace pensar que yo querría ir a verlos?

Giles se encogió de hombros.

―Lo cierto es que tocaban bastante bien. Tenían buen ritmo y la voz del cantante era muy aguda, pero sonaba sorpendentemente impresionante.

Bianca ladeó la cabeza, tratando de recordar.

―¿Quién cantaba?

Él volvió a encogerse de hombros.

―Creo que era el rubio de pelo liso ―la miró divertido―. Ni siquiera les miraste ni escuchaste durante medio minuto, ¿no?

EvitaciónWhere stories live. Discover now