Capítulo 7

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Bianca miraba de un lado a otro, sin saber exactamente dónde estaba ni qué estaba haciendo allí.

¿Qué he estado bebiendo?

Miró a su alrededor, nerviosa y angustiada. Estaba en medio de una calle desierta, el cielo despejado pero sin una sola estrella, las farolas encendidas creando círculos de luz anaranjada en el vacío pavimento de la carretera.

Las ventanas de las casas a su alrededor estaban apagadas, las de todas y cada una de las casas. No había ni un solo coche, ni una persona, ni un ruido. Todo estaba completamente desierto, y ella no sabía dónde estaba.

Palmeó sus bolsillos en busca de su teléfono, y entonces se dio cuenta de que estaba en pantalones cortos y camiseta de tirantes, descalza, pero no había piedras que punzaran las plantas de sus pies, y tampoco una mínima ráfaga de aire que la pudiera molestar. La temperatura era húmeda y caliente a pesar de que era noche cerrada, y rozaba el punto de ser sofocante. ¿Dónde demonios estoy?

Creía que no tenía su teléfono encima cuando notó un bulto en el bolsillo de sus pantalones. Lo sacó esperanzada, y casi se cae del alivio al ver el pequeño aparatito. Pulsó un botón para desbloquearlo y se dio cuenta de que estaba apagado. Con un gruñido de frustración, mantuvo pulsado el botón de encendido, y un pequeño chispazo de luz blanquecina fue la única respuesta que obtuvo.

¡No! Sin batería.

Pateó el suelo con un sollozo frustrado, y se decidió a caminar en busca de un lugar conocido.

Los pies no le dolían al contacto con el duro y sorprendentemente liso suelo, pero se preguntaba dónde habría dejado los zapatos, y por qué se los había quitado en primer lugar.

También estaba la pregunta de por qué llevaba más de diez minutos caminando y no había ninguna señal de humanidad por ninguna parte, ni coches, ni luces, ni siluetas, ni ruidos. Tampoco reconocía el lugar donde estaba, pero parecía ser Los Ángeles, solo por el estilo de los edificios y la manera en la que la calle estaba construida.

De repente, escuchó unos pasos a su espalda, y un escalofrío la recorrió. Estaba a punto de girarse y preguntar a quien fuera, pero su instinto estaba parpadeando con una luz roja y una alarma a todo volumen que la decían que corriera.

Así que, en vez de salir corriendo como una posesa, aceleró el paso. Y las pisadas a su espalda empezaron a sonar más cerca.

Aceleró de nuevo, casi corriendo, y las pisadas aún la seguían. Empezó a correr, y sus pulmones la recriminaron a la vez que sus pies empezaban a notar el pavimento desgastado bajo ellos. Las pisadas la seguían de cerca, y cerró los ojos, acelerando todo lo que pudo.

Algo la agarró del brazo y la empujó de espaldas contra una pared de ladrillo, el golpe dejándola sin aire. Un cuerpo la rodeó y ella cerró los ojos con fuerza, no queriendo ver nada más, deseando poder despertar del sueño en el que estaba atrapada.

Un dedo sorprendentemente gentil alzó su barbilla hasta que supuso que quien fuera podía mirarle bien a la cara, aunque no le vería los ojos.

―Mírame ―ordenó una voz profunda que ella había empezado a conocer últimamente más de lo que hubiera imaginado.

Con un jadeo de shock, abrió los ojos y se encontró mirando a los profundos ojos verdes de Abel.

―¿Creías que podías escapar de mí? ―susurró, su voz no amenazante pero con una capa de algo que no pudo identificar. Él se acercó hasta que su respiración susurraba contra sus labios ― Siento tener que decírtelo, muñeca, pero te equivocabas ―se acercó hasta que sus labios se rozaron en una caricia tierna y llena de promesas.

EvitaciónWhere stories live. Discover now