Capítulo 21

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Había mucha luz.

Demasiada luz.

¿Por qué demonios no había bajado la persiana la noche anterior?

Con un gruñido, se giró y se tapó la cara con la manta.

Salvo que esa no era una manta, sino un edredón. Y ese colchón no era su colchón nuevo y cómodo, era uno que le clavaba los muelles en la espalda.

Y eso no era lo único que no encajaba. Cuando ella se despertaba para ir a clase, aún no había amanecido.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no había sonado su despertador? ¿Dónde estaba?

De repente, todos los recuerdos de la noche anterior le golpearon en la cara como un martillo, haciendo que enterrara la cabeza en la almohada con bultos. ¿Quién demonios dormía en esa mierda de cama?

Ah, sí, probablemente Abel.

Su corazón hizo una cosa extraña cuando se dio cuenta de que él se había tomado la molestia de llevarla hasta allí cuando se había quedado dormida en el baño. Aunque eso no la libraba de un dolor latente en el cuello, pero bueno, eso se pasaría en unas horas.

Luego la sonrisa tonta se borró de su cara cuando vio un reloj al lado de la cama que le dijo que llegaba tarde a las clases. Muy tarde.

Se levantó corriendo, poniéndose sus zapatos, que encontró en el suelo, rápido y corriendo para poder salir de allí. Le llegó desde su ropa un olor a la fiesta del baño la noche anterior, y arrugando la nariz supo que tenía que ir a su casa para cambiarse.

Si se daba prisa, aún podía llegar a las últimas dos clases.

Salió de la habitación, haciéndose rápidamente un horario mental: comprobaría el estado de Abel, se iría a cambiar, cogería los libros y correría a la universidad. Con suerte las clases que se había perdido no eran extremadamente importantes.

Que fe.

No fue hasta que estaba llegando al final del pasillo que se dio cuenta del olor a café recién hecho y tostadas, acompañadas del sonido de la freidora.

Frunció el ceño cuando entró al salón y vio a Abel de espaldas a ella, en la cocina, silbando mientras movía una sartén en el fuego.

―Buenos días ―le dijo él.

Ella se paró un segundo en seco. ¿Cómo la había sentido llegar?

Sin embargo, se acercó un poco hasta apoyarse en la barra americana.

―Buenos días a ti también. ¿Cómo te encuentras?

Según las apariencias, bastante bien, pero probablemente tendría un dolor de cabeza curioso.

Tampoco era como si él no estuviera obviamente acostumbrado a ello.

Luego se dio cuenta con una punzada de algo extraño de que había dos tazas de café en la mesa. Justo entonces él se dio la vuelta y dejó frente a ella un plato con una tostada y un huevo encima, antes de dejar otro igual pero con dos tostadas frente a él.

―Bastante mejor que anoche ―admitió, con un encogimiento de hombros.

Bianca arqueó una ceja.

―Bueno, eso tampoco es muy difícil.

Él sonrió con tristeza.

―Siéntate y come un poco. Te lo has ganado.

Ella puso una mueca.

EvitaciónWhere stories live. Discover now