Capítulo 10

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―¡AAAHHGG! ¡¡Mis ojos!!

Bianca cerró la puerta de golpe mientras se tapaba sus heridos y maltratados ojos con la otra mano, tratando de forzar a su cerebro a olvidar la imagen que le había dado la bienvenida al entrar en la casa.

¿En serio?, pensó, ¿No tienen otro lugar donde hacerlo que en el sofá que yo también uso?

Aunque bueno, después de lo que acababa de ver, probablemente no volviera a sentarse en él nunca... o al menos en mucho tiempo. El suelo parecía de repente un fantástico sitio donde sentarse a ver la televisión.

La puerta se abrió de nuevo entonces, dejando ver a una Ione con la ropa arrugada y obviamente puesta deprisa y corriendo, su pelo hecho un desastre de enredos y sus labios hinchados. La miró con las mejillas encendidas y una sonrisa de disculpa.

―Hola ―saludó con voz dulce pero agitada―. Has llegado antes de lo que pensaba.

Bianca alzó una ceja.

―Eso supuse. Si lo hubieras sabido, esto sería unas cuantas veces más incómodo y enfermo ―negó con la cabeza y se asomó con cautela por encima del hombro de su amiga.

Cuando se hubo asegurado de que el acompañante de su amiga estaba completamente vestido y adecentado y de que no iba a volver a verle el trasero desnudo, Bianca caminó alrededor de Ione y entró en la casa. La otra cerró la puerta y se la quedó mirando incómodamente.

Bianca había salido hacía unas horas con Giles para tratar de ayudarle a decidir un regalo para el cumpleaños de su hermana, que a la siguiente semana cumpliría la misma edad que Bianca: veintidós. Había sido una tarde divertida, y además la había ayudado a olvidarse de la pelea con Abel... al menos la mayor parte del tiempo.

No entendía lo que le pasaba. Sabía que tenía razón y derecho a enfadarse con él, pero una parte de ella solo quería ir a buscarlo y hacer las paces con él. Por suerte, su parte racional había atado y amordazado a esa parte, y estaba preparando su ejecución mientras pensaba que la vida de Bianca sería mucho más feliz y tranquila sin Abel en ella. Visto lo visto, Bianca solo podía esperarse más prontos como los del día anterior, y era casi mejor que la odiara. Al menos así no había riesgo de que sus insultos o vejaciones la dañaran tanto como lo harían si se convirtiera en parte de su vida.

Bianca era una persona bastante sensible. Podía parecer más bien dura con los desconocidos, pero ella sabía que eso solo era una fachada. Y que una vez que alguien encontraba la puerta y superaba esa fachada, entraba en una maravillosa sala de su corazón que tenía las paredes pintadas con las instrucciones detalladas sobre cómo destrozarla emocionalmente. Con tan solo un comentario a mala leche dando en el punto exacto, Bianca se desmoronaría, y eso era lo último que quería.

Era mejor que Abel se quedara en las afueras de esa fachada. Así sus intentos de hacerla daño no pasarían el muro.

Pero, si no había pasado esa barrera aún... ¿por qué le había hecho tanto daño lo que había pasado el día anterior, cuando él no la había creído y le había dicho que le daba asco?

Sacudió la cabeza, negándose a volver a pensar en eso por milésima vez, y volvió al presente.

Fue entonces cuando se fijó en la identidad del "amigo" de Ione, que se estaba terminando de poner una camiseta blanca de manga corta bajo la atenta y hambrienta mirada de Ione. Bianca se sorprendió al ver que el hombre misterioso era ni más ni menos que Lewis, el chico de la fiesta del día anterior, amigo de la hermana de Erika... lo cual la llevó de nuevo a pensar en el pelirrojo.

Se giró hacia Ione, alzando una ceja y volviendo a forzarse a no pensar en eso.

―¿En serio? ―llamó la atención de su amiga, que la miró culpable― ¿Qué ha pasado con la regla de las tres citas?

EvitaciónWhere stories live. Discover now