Capítulo 8

143 10 0
                                    

El bar abría a las cinco de la tarde y cerraba a las cinco de la mañana, y todos los camareros estaban repartidos en dos turnos de siete horas que se superponían y en ocasiones se extendían en una hora en las horas más concurridas de la noche. 

Bianca había tenido la suerte de conseguir su puesto en el primer turno, y de martes a viernes y a veces los fines de semana. Normalmente salía de trabajar a las doce de la noche, a la una como mucho, lo cual le permitía dormir de seis a siete horas todas las noches, lo que derivaba en poder concentrarse en las clases y no ser un auténtico zombie.

Otra ventaja de su turno, era que las primeras dos horas eran prácticamente de recreo. Lo único que tenían que hacer era arreglar el bar para cuando empezaran a entrar las mareas y mareas de clientes sedientos, y solo tenían que atender al típico borracho u hombre deprimido que necesitaba un psicólogo pero solo tenía dinero suficiente para una botella de whisky y se conformaba con un camarero que escuchara sus penas y le dijera lo que quería escuchar.

Así que en pocos meses, Bianca se había enterado de la horrible, horrible vida privada de gente desconocida que había pasado por el bar tratando de ahogar sus penas en el alcohol, y había descubierto que había una cantidad ingente de personas que ponían los cuernos de maneras de lo más curiosas y coloridas.

Había días en los que el bar estaba completamente desierto hasta las siete, y eran esas horas muertas las que Bianca más atesoraba, porque eran cuando mejor se lo pasaba, evidentemente.

Sin embargo, ese no era uno de esos días.

Giles estaba en el despacho del jefe discutiendo sobre sus vacaciones, la otra camarera no llegaba hasta las ocho ese día, y Bianca estaba ocupada escuchando otra historia sobre infidelidades proveniente de un chico joven que trataba de olvidar con la ayuda de una buena botella de whisky.

―Podría haber roto conmigo primero, ¿no crees? ―se quejó el chico, tras darle un trago a su vaso― No es mucho pedir, dejar a alguien antes de acostarte con el primer tío que pasa, en la cama en la que dormís los dos, en la casa que compartís desde hace siete meses ―volvió a darle un trago, acabando el vaso y dejándolo sobre la barra con un sonoro golpe que resonó por el vacío establecimiento―. Más ―exigió.

Bianca se refrenó para no mandarle a la mierda. No era una chica que se llevara bien con las órdenes. Sin embargo, trató de ser comprensiva, ya que el chico acababa de descubrir que llevaba meses arañando el techo de su casa mientras caminaba y que, además, estaba algo borracho, así que obedeció y le llenó de nuevo el vaso, que tenía dos grandes hielos a medio derretir.

―¿Y ahora dónde está ella?

―En el infierno, con un poco de suerte ―musitó él con rabia.

Ella rió entre dientes.

―No caerá esa breva ―le aseguró―. Pero... ¿la echarás de la casa, no? ―Bianca no era una partidaria de dejar a la gente sin hogar, pero si lo que le había contado él era verdad, lo cierto era que la perra se lo merecía.

El chico agachó la cabeza suspirando con derrota y rozó el borde del vaso con el dedo índice, como si pretendiera crear algún sonido.

―Conociéndome, probablemente sea yo el que termine yéndose de la casa...

Bianca sonrió indulgentemente, pensando que parecía un buen chico. No podía tener muchos más años que ella, con el pelo moreno ondulado y solo lo suficientemente largo como para taparle un poco los ojos si agachaba la cabeza, y sus ojos eran marrones verdosos y tenían una permanente mirada dulce, incluso después de lo que le acababa de pasar. Era mono, aunque a ella no le atraía para nada, cosa que no era extraña ya que poca gente la atraía, pero él le daba ganas de intentar animarle y hacerle sonreír.

EvitaciónWhere stories live. Discover now