Capítulo 13

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―Vale, ya no lo puedo aguantar más. ¿Besa bien?

Bianca gimió. Una parte de sí misma había esperado no tener que mantener esta conversación, pensando que como ya habían pasado varios días desde el incidente, se le habría olvidado. Ilusa de ella.

―¿Cómo estás tan segura de que me besó? ―dijo, tratando de mantener un tono ligero.

La verdad era que, desde ese sí beso, cada vez que los dos coincidían en una habitación, la tensión crecía exponencialmente. Pero también era verdad que la relación se había estabilizado hasta el punto que Bianca podía considerarlo un amigo de verdad.

―Bueno, normalmente no se hace solo un chupetón y uno se larga por donde ha venido. Suele haber más ―prosiguió su amiga.

Bianca rebuscó entre un montón de ropa, esperando notar el tacto del pantalón que estaba buscando. ¿Dónde demonios lo habría metido? Recordaba haberlo lavado, y haberlo guardado... ¿No?

―Oye, ¿tienes tú mi pantalón verde largo? ―preguntó.

―No me cambies de tema ―se enfurruñó Ione.

Con un suspiro, Bianca se giró y le dio una mirada seria a su amiga. Para su indignación, Ione arqueó una ceja y levantó una mano, con el pantalón que había estado buscando en su mano.

Oh, no, el famoso chantaje de Ione.

―¿Qué quieres que te diga? ―desistió.

La otra sonrió triunfante y con un brillo orgulloso en los ojos.

―Pues eso, que si besa también como dicen los rumores.

Bianca alzó las manos con desesperación.

―¿Cómo voy a saberlo? No tengo con qué compararlo.

La mirada de Ione se suavizó momentáneamente. Luego abrió mucho los ojos, excitada.

―¡Oh, Dios mío! ¡Tu primer beso! ¿Cómo se siente no ser virgen de labios?

Bianca la miró como si hubiera perdido la cabeza.

―¿De dónde te sacas esos términos? ―la otra se encogió de hombros y Bianca suspiró― En fin, con tu permiso, voy a vestirme o llegaremos tarde ―se acercó a su amiga y le arrancó los pantalones de las manos.

―¡Eh! ―exclamó Ione mientras ella se metía salía de la habitación y se metía en el baño con su ropa para cambiarse.

Cerró la puerta justo en la cara de Ione.

―¿Sabes? Tú también deberías arreglarte.

―Nah ―contestó a través de la puerta―. Esto es mucho más divertido. Por cierto, te lo dije.

Gruñó entre dientes mientras se quitaba los pantalones que llevaba para ponerse los verdes.

―¿Me dijiste qué, exactamente, Ione?

―Que se daría cuenta de lo imbécil que había sido.

Puso los ojos en blanco.

―No recuerdo eso.

―Bueno, a lo mejor solo lo pensé. ¡Pero lo importante ―exclamó― es que tenía razón!

Bianca suspiró con cansancio, abrochándose los pantalones y mirándose en el espejo, dándose cuenta con alivio de que le seguían quedando igual de bien que la última vez.

―Pues yo creo que no.

Hubo un silencio largo.

―Bianca, te ha besado. Más que eso, te ha marcado. Si eso no te demuestra que se ha dado cuenta de ti, no sé qué lo hará. ¿Qué quieres, un cartelito de neón?

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