Capítulo 20

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La noche traía consigo un aire agitado que hacía que el pelo de Bianca le golpeara la cara como pequeños látigos. La chaqueta que llevaba era suficiente para parar el frío, pero el aire se le colaba por el cuello y las mangas, haciendo que tuviera la piel de gallina y fuera encogida dentro de su chaqueta para conservar el calor.

Al fin un toque de invierno en la ciudad.

Ella sabía que lo que estaba haciendo era una estupidez y que no debería hacerlo, que debía dejar a Abel sufrir un poco más por las mentiras que le había contado, pero tenía la desgracia, o fortuna, de ser, como le habían dicho en más de una ocasión, "demasiado buena".

Así que, después de que se fueran los cuatro chicos de su casa aquella tarde y de llamar a Giles para comprobar el estado de aquel borracho que la atormentaba, había decidido poner el límite de su venganza en aquel momento.

Y por eso estaba en medio de la noche caminando por las calles casi vacías de Los Ángeles un lunes por la tarde, con tan solo la mitad de lo que planeaba estudiar ese día terminado.

Y eso que lo había intentado. En cuanto se habían ido los cuatro, se había sentado frente a su mesa, mirando los apuntes, y se había dispuesto a estudiar como no había estudiado hasta ese momento.

Sin embargo, tras unos minutos, tuvo que desistir. Su mente no dejaba de volver a esa imagen de un Abel demacrado por su culpa, y un nudo de preocupación se había instalado en su mente, obsesionándola hasta el punto que no se podía concentrar en absolutamente nada, y había terminado mirando a un punto fijo de la pared mientras se mordía el labio nerviosamente y se crujía los dedos.

Tenía que decírselo, ya no solo por él, sino por la propia salud mental de ella misma.

Tras unos minutos más de viaje, por fin llegó al bar. A pesar de que las calles estaban medio vacías, el bar mantenía un nivel constante de público.

Entró, inmediatamente siendo acogida por una oleada de calor, luces cálidas y un característico olor a alcohol que impregnaba permanentemente el aire del establecimiento.

Siguiendo el plan que había trazado de camino allí, se dirigió directamente a la barra, manteniendo la mirada fija en el suelo para no moverla frenéticamente alrededor del lugar en busca de una persona concreta.

―Anda, qué sorpresa. ¿Qué haces tú por aquí en tu día libre? ―se burló Giles cuando la vio llegar.

Ella levantó la vista y le fulminó con la mirada, causando una carcajada estridente mientras él seguía secando vasos.

―No me hace ninguna gracia, chaval.

Si por ella fuera, no hubiera pasado por allí. Cada vez que entraba en el bar, su cuerpo entraba en la tensión y frenesí habitual del establecimiento, como si se conectara al lugar. No era que la sensación le molestara normalmente, de hecho le venía bien para ponerse en marcha y mantener la energía, pero le gustaba relajarse los días que tenía libres.

Y, sin embargo, allí estaba.

―Ya te dije que él está bien, B ―la tranquilizó su amigo, cambiando a un tono amable.

Ella suspiró.

―Lo sé. Pero supuse que, al ser yo la causante del problema, debería venir y darle una explicación. O, al menos, a ayudarle a salir de la mierda.

Giles arqueó una ceja.

―¿Tú eres la causante? ¿Qué demonios le has hecho al pobre chaval?

Bianca empezó a hacer circulitos con el dedo en la madera de la barra.

―Puede o puede que no le hiciera creer que me voy para siempre de aquí.

EvitaciónUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum