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Betsy se quedó un día más con su hermana, Erick los invitó a todos a una pista de hielo y fue imposible negarse. Aunque Betsy no quiso patinar sino que esperó a la pareja en la gradería, no sentía que encajara de ninguna forma en ese día, ni en ninguna actividad. Observaba a Andrea y Erick patinando juntos y de repente sentía melancolía, en lugar de disfrutar la felicidad que ellos compartían se preguntaba si algún día podría llegar a vivir algo parecido.
Si acaso su príncipe por fin aparecería, aún si no fuera en un elegante corcel al menos con un corbatín negro en el cuello.

Natán recibió una llamada de doña Elena Sevilla, quién había pedido desocupar la casa lo antes posible porque quería regresar al pueblo. No quiso entrar en desespero porque entendía que de una u otra forma encontraría un lugar a dónde ir, pero de igual manera comenzó a buscarlo con esmero.

La semana siguiente la señora llegaría y no sería de tanto agrado convivir con su inquilino. Natán se durmió pensando entonces dónde compraría una casa por fin, últimamente el proceso había sido lento ya que prefería no apresurarse demasiado y también que era su forma de ser. Pero ahora tenía que encontrar cualquier lugar sin pensarlo mucho ni vacilar.

El domingo fue al servicio buscando dirección de Dios, que de alguna manera le ayudara por medio de alguien o el mensaje, se sentía abrumado los últimos días, sin saber a dónde iría a parar. Durante el servicio y hasta el final no recibió ninguna respuesta, más bien sentía que la carga había aumentado.

Antes de abrir la puerta para entrar al auto miró alrededor del parqueo buscando la menera de salir de ahí entre los demás autos. Su mirada se cruzó inesperadamente con la de Betsy quien esperaba por sus padres afuera.

Su reacción momentánea fue de ternura, aunque ella desvió su mirada hacia otra dirección de inmediato.
Quería ir a ella, dejar todo, olvidar todo y dejarse llevar. Mientras pensaba en eso aparecieron los padres de Betsy, quienes también lo vieron al sentir que miraba en dirección a ellos. El padre de Betsy levantó la mano para saludar y su madre le regaló una sonrisa simpática.

—¿Puedes hacerme un favor?—le dijo el señor a Betsy.

—Dime...

—¿Podrías decirle a Natán que nos acompañe a cenar esta noche?

Betsy se asombró por la petición y enarcó las cejas mirando hacia Natán.

—Ya sabes, él no tiene familia y siempre está solo, le vendría bien compartir un poco con nosotros.

Betsy sabía que no podía negarse, aún así se detuvo buscando las palabras para decirle que de ninguna manera lo haría.

—Sí Betsy—dijo su madre—imagínate no tener a nadie.

Betsy se conmovió un poco pensando en esa realidad y volvió a ver dos veces antes de dar un paso hacia él.
Natán la vio venir sin poder creer que fuera verdad, probablemente no se trataba de algo personal, ella no parecía actuar con serenidad, aún así, fuera como fuera estaba dispuesto a aceptar esta vez a lo que le dijera.

Betsy caminó hacia él tratando de no mirarlo directamente, se acomodaba el cabello mostrando indiferencia diciendose a sí misma que solamente se trataba de una petición de su padre. Él estaba recostado en el auto, con una camisa con cuadros azules, llevaba las mangas recogidas y con el cuello un poco desarreglado, era perfecto, era Natán, el de siempre, sin filtros ni máscaras, el mismo que guardaba adentro de su corazón.

Cuando estuvo junto a él no pudo evitar mirarlo a los ojos sintiendo que el mundo desaparecía, que eran él y ella, sobre todo él.

—Hola...—habló primero Natán.

—Mi padre—dijo ella nerviosa—mi padre quiere que tú nos acompañes esta noche.

—¿Esta noche?

—A... a cenar.

—¿A qué horas debo estar?

—En la tarde, alrededor de las seis.

—Está bien.

Betsy se giró sin decir nada más, anhelando con ansias que fueran las seis y pensando en por qué no le dijo que llegara a las cinco o a las cuatro, no habría cena pero estaría ahí, cerca.
Natán estuvo listo desde las cuatro, el tiempo pasaba lento, quería estar con ella, verla sonreír, escuchar su voz. Estuvo atento al reloj las últimas dos horas y cuando fueron las seis no hayaba el valor para ir. Betsy esperaba con ansias sentada en un sillón de la sala, escuchaba las agujas del reloj de pared avanzar a cada segundo. Finalmente el timbre sonó a las siete y quince, estaba tarde, ¿qué inconveniente habría tenido?
Betsy se levantó casi inmediatamente, pero su madre se le adelantó a abrir.

El padre de Betsy servía la mesa e invitó a Natán a sentarse cuando lo vió llegar. Betsy se sentó a su lado y miró de reojo detenidamente calculando si acaso él le prestaba atención. Cuando todos estuvieron en la mesa, el señor hizo una oración, dando gracias por el día y por tener a Natán con ellos. Él no quiso decirles que pronto tenía que irse, sería difícil si era posible que le tuvieran cariño, mejor prefirió que ellos tomaran el rumbo de la conversación y hablar lo mínimo sobre él.

—Nos alegra tenerte con nosotros—dijo la señora.

—Así es, siéntete como si esta fuera tu casa y tu familia—continuó el señor.—creo que nunca hemos tenido un mejor vecino hasta ahora.

—Exagera—sonrió Natán.

—Claro que no—siguió la señora—has sido de mucha ayuda para esta familia.

—¿Cómo?, No entiendo...

—Has cuidado de Betsy siempre y has estado ahí para ella.

Natán volvió a ver a Betsy y vio que ella sonreía.

—Cuando alguien más la abandonó tu la trajiste a casa sana y salva.

Natán todavía estaba confundido y no sabía cómo responder a los elogios.

—Es bueno que hayas estado esa noche en la estación—dijo el padre de Betsy—de otra forma no sé que habría pasado.

—Papá...—lo detuvo Betsy.

El señor cambió rápidamente el tema, sabía que había sido difícil para ella y no quería profundizar más de la cuenta.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now