38

122 19 0
                                    

Natán estaba ansioso por contarle a Betsy que la señora Elena iría a la iglesia. Tocó la campana por la noche y esperó con la ventana abierta a que Betsy respondiera. Ella apareció con el cabello revuelto y vestida de pijamas. Se le dibujó una sonrisa en su rostro apenas lo vio.

—Nate... ¿puedo llamarte así?

Natán se rió antes de responder, ese era el seudónimo que tenía en su pueblo y sus abuelos también lo llamaban de esa forma.

—Puedes llamarme cómo tú quieras.

Betsy se sintió realizada, él, su príncipe estaba en la ventana del frente. El amor vibraba a su alrededor, lo convertía en un lugar seguro y era feliz.

—Entonces, Nate, has llamado a mi ventana por alguna razón.

—Quería verte—dijo sin poder callarlo más.—Solo podré dormir esta noche si veo tu rostro.

Betsy se sonrojó, aunque no se notaba por la oscuridad, aún así ella misma podía sentir su propio pulso acelerado.

—Y también hay algo más para contar.—continuó Natán.

—¿Sí?

—He hablado hoy con la señora Elena, al parecer es un poco escéptica con lo de la religión, pero la he convencido de ir a la iglesia el próximo domingo.

Betsy grito agudamente emocionada por lo que acababa de escuchar.

—¡No puedo creerlo!—dijo alzando la voz.

Natán le hizo una señal de que bajara el tono, no sería tan bueno si la señora o Fernanda escuchaban.

—No puedo creerlo—dijo después más grave.

—Yo creo que Dios puede hacer un milagro.

—Solo de esa forma lo creería.

—¿Crees que funcione?

—¿Qué?

—Eso de ir a la iglesia, algunas veces resulta peor por el testimonio que encuentran.

—No te preocupes, estoy segura de que Dios quiere llevarlas por algo, solo deja que él actúe.

Natán pensaba que Betsy tenía razón, no tenía por qué preocuparse por ellas, de todas formas era Dios quien debía actuar en sus vidas y no dependía de él, hiciera lo que hiciera si no se movía en la voluntad de Dios nada iba resultar. Eso lo llevó a pensar en su relación con Betsy y como Dios había cumplido el deseo de su corazón, aunque no solamente se trataba de lo que ellos dos querían si no del propósito de Dios.

—¿Crees que Dios nos ha unido?—quiso preguntarle a Betsy.

—Por supuesto—respondió animada—lo creo con todo mi corazón.

Aunque Natán era un hombre reservado y no gozaba de la habilidad de expresar sus sentimientos, ella entendía la pregunta y sabía que tarde o temprano él abriría su corazón. Apenas ahora comenzaba a entenderlo y conocerlo de una manera más a fondo. Sabía un poco de su historia y de cómo el pasado jugaba con el presente. Y sí, ella tampoco se sentía lo suficientemente libre para darle toda la confianza, aún así esperaba que de a poco él le dijera acerca de su vida. Él nunca hablaba de sus gustos ni de las cuestiones que llegaran a serle molestas, siempre conversaba como en pinceladas sin darle profundidad a ningún asunto, mucho menos si era personal. Era difícil, pensaba Betsy, llegar hasta el fondo de su corazón y observar las cavidades ocultas, más cuando él vivía con temor de mostrarlas.

—¿Y te gusta esta idea de Dios?—volvió a preguntar Natán.

Betsy tenía que interpretar sus intenciones para descifrar la interrogante. Natán quería saber si en verdad ella estaba segura de sus sentimientos hacia él o si solo era una simple manera de escapar de algo más. Betsy jugó con su cabello antes de responder mientras lo miraba como la obra más perfecta.

—Me encanta pensar que la idea haya sido primero de Dios.—objetó.

Un poco más de dos metros los separaban y ella sentía que no necesitan de uniones físicas por que sus almas se fundían en una, con solo mirarse.
Natán sonrió del otro lado. Eran casi las diez de la noche y tenía que ir a la cama. Betsy sabía que era hora de dormir y apagar las luces, pero no quería estar separada de él, había sido un largo día, buscándolo durante toda la mañana y ahora que estaba con ella deseaba estar siempre con él.

—Debemos...

—Dormir—Natán terminó la frase.

—Te veré mañana.

—Buenas noches.

—Buenas noches Nate.

Betsy cerró la ventana primero y Natán se quedó observando hasta que ella apagó la luz. Esa noche se le dificultó dormirse, ella estaba en su mente, sus palabras, su amor. Aún no entendía cómo había pasado, cómo aquella chica tan dulce y hermosa se podía fijar en él, que no era nada competente ni capaz de darle algo. Parecía que ahora ella era suya, completamente, sin tener que acercarse demasiado sin tener que decir muchas palabras, era suya por qué le había entregado el corazón.
Ahora sentía que no podía escapar, ni siquiera sacarla de su mente un momento y aún cuando el sueño llegó, ella estaba ahí.

—Solo Betsy, sólo dime Betsy—ella decía en el sueño.

—¿Por qué?

—Por que puedo darte algo que no has tenido hace mucho.

—¿Qué es?

—Alegría.

—Betsy, no soy el hombre bueno que crees.

—Sé que hay mucho que no me has dicho—decía sonriente—pero quiero amarte así.

—Betsy no.

—Tienes que hablarme de tu padre.

—No, no puedes saberlo.

—Él te quitó todo.

—No, Betsy, no sigas.

Ella desapareció y solo escuchó un murmullo en medio de la oscuridad. Abrió los ojos abrazado a la almohada, sintiendo el sudor corriendo por la frente.

—Eso no puedo decírtelo—dijo en susurro.

Agarró la almohada y la tiró contra la pared, sintiendo fuego en las venas por aquel suceso del pasado. Era terrible recordarlo, saber que su padre fue capaz de algo tan cruel, no podía perdonarse por su hermano tampoco, no podría sacarlo a la luz ni  dejar que Betsy llegara a saberlo.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now