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La mujer entró a la casa detras de Natán y observó alrededor cada detalle sin faltarle nada. Se veía ansiosa e intranquila, pero al mismo tiempo satisfecha de estar ahí.

—Es una enorme casa—dijo y se sentó en un sofá.

Natán abrió las cortinas dejando entrar la luz y buscó una silla en una esquina quedando diagonal a ella.

—No han cambiado nada—continuó la mujer—parece que fue ayer que viví aquí con mis padres. El patio, el jardín , el interior, todo es igual, incluso esas cortinas me son conocidas—señaló la ventana.

Natán prestaba atención con la vista fija en el piso, y con un nudo en la garganta apunto de estallar.

—Me gustan los cuadros y los muebles, apuesto a que la cocina sigue igual también, no creo que mis padres hayan querido renovar. Nunca les gustó modernizarse, pero es genial, así los recuerdo siguen intactos...

La mujer notó en el lenguaje corporal de Natán que nada de lo que decía tenía alguna importancia, guardó silencio después de eso y esperó para saber si él tenía algo que decir.
Él volvió a mirarla segundos más tarde como una señal de que ahora era su turno.

—Solo sé que te llamas Lidia y que eres la hija de mis abuelos, aparte de eso no sé nada más y tampoco estoy interesado en saberlo.—replicó con la mirada fría.

—Nate...

—Debes tener una familia por ahí o no, yo soy aparte, mi familia murió y estoy solo.

—Dejeme explicarte algo...—se conmovió ella.

—No quiero oírte, no quiero, lo mejor es que te vayas ahora.—dijo Natán molesto y a la vez sintiendo un terrible dolor en el pecho.

—Natan necesito que me escuches y tú necesitas oírme.

—He vivido toda mi vida sin oírte—se levantó— ¿Crees que ahora hará la diferencia?

—Yo lo siento, hijo lo siento.

—No me llames hijo.—replicó sin alzar la voz.

—Es que eso es lo que eres. Por favor, dame la oportunidad de hablarte una vez.

Brotaron lágrimas de los ojos de Natán y salió rápidamente afuera para secarlas. La mujer lo siguió y le tocó el hombro por detrás haciéndolo suspenderse y dar media vuelta.

—Déjame hablar una vez—dijo ella también llorando.

—Creo que es bastante tarde.

—No lo es, es este el tiempo que tengo y es ahora que tengo el valor de decirte toda la verdad.

—Nada hará la diferencia, no necesito escuchar cuentos cuando he vivido una realidad.

—Nate...

Natán volvió a entrar a la casa con la esperanza de que la mujer se fuera y lo dejara en paz, pero ella seguía detrás y parecía insistente.

—¿Dónde estuviste todo este tiempo?—se agitó él otra vez—¿Alguna vez pensaste en mí y en lo que sentía?, ¿Sabes cuántas veces esperé por ti?. Cada día y a cada hora que pasaba esperé a mi madre y ella no vino, no es el momento de aparecer...

—Natán escúchame, por favor.

Natán guardó silencio y dejó que las lágrimas le corrieran por las mejillas sin prestarles más atención ni avergonzarse.

—Es difícil también para mí—dijo la mujer pareciendo muy honesta—fue difícil estar lejos de ti. No podía llevarte conmigo, si lo hacía... tu padre te arrebataría de mi y te llevaría a su familia, eso hubiera sido peor. Ellos no eran cristianos como tus abuelos y además él tenía una esposa e hijos que no te dejarían vivir en paz.

Natán respiró profundo y tomó asiento otra vez, haciendo luego una señal a la mujer para que también se sentara.

—Tampoco podía quedarme con mis padres, era muy deshonroso para ellos lo que había hecho, entonces tenía que alejarme. Quise venir de vez en cuando pero sabía que tú padre estaría a la espectativa y era lo mejor para mis padres también.

<<Después que creciste pensé en llevarte conmigo, pero comencé una nueva relación y una nueva familia, además eras un adolescente y no entenderías ninguno de mis argumentos. Mi madre me había dicho que no querías verme ni que me acercara a la familia, entonces quise respetar eso y quedarme dónde estaba. Ahora que eres adulto pensé que era el mejor momento para venir y conocerte.

Natán seguía viendo el piso como si fuera el lugar donde salía la voz, sin hacer gestos ni con ánimos de hablar.

—No culpo el tiempo ni las circunstancias—continuó la mujer—
Sé que soy culpable y que los errores son solo míos...

—Te perdono—dijo él con voz quebrada—te perdono sin condiciones, sin importar que la historia sea verdad o mentira, si fuiste culpable o no, Dios me manda a perdonarte.

La mujer quedó anonadada y confundida. Esperaba que Natán continuara preguntando y que lo mínimo que hiciera fuera insultarla, pero salió con algo totalmente diferente y que llegaba a su corazón como un ungüento en heridas profundas. Natán se sentía libre, como un ave que ha estado encerrada por mucho tiempo y que no sabe que puede volar, pero de repente se da cuenta que está traspasasando los cielos con las alas extendidas.

Lidia lloraba como si fuera su alma la que se derretía adentro y como si ese fuera el único remedio a la horrible enfermedad de la culpa.

—Dios también te perdona, estoy seguro—concluyó Natán.

Él ya no sentía el deseo de correr a abrazarla como cuando era niño, tampoco las ansias de ofenderla y cuestionarla o la de olvidarse por completo que tuvo una madre. Frente a él miraba una mujer frágil y dolida por la vida, por los errores que al principio hubiesen parecido solo una decisión. No tuvo el coraje de decir o hacer nada contra ella, porque de su corazón solo podía fluir amor, sin importar cuánto haya tenido que soportar, ni los años de lucha consigo mismo y con Dios. No había forma de señalar ni de juzgar, cuando Dios ocupaba su vida y todo su ser.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now