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A medida que pasaban los días, Natán siempre tocaba la campana, cuando se aseguraba que Betsy ya había cenado y que estaba disponible en su habitación. A veces solo abría la cortina y se sentaba a esperarla.

Ella estaba loca por él, podría atravesar ese espacio si quería para llegar a su lado. Pensaba en él todo el día y si fuera posible se quedaría toda la noche ilusionando un futuro juntos. Nunca se imaginó enamorarse así de alguien a tal punto de amar cada suspiro y cada gesto.

Él siempre la observaba, cuando hablaba sin parar, cuando daba gritos de emoción por asuntos insignificantes y cuando solamente estaba atenta a lo que él dijera. Prestaba tal atención que podía descubrir ciertas cualidades sin preguntar nada. Sabía que su color favorito era el rosa, casi toda su ropa debía tener ese color en algún lado, también estaba seguro que le gustaban las mariposas, mirar las estrellas y sobretodo la nieve.

A ella le costaba descubrirlo, era siempre retraído y no era común que hablara de él, pero podía notar algunas características más allá de lo que quería demostrar. Le gustaban los colores apagados como el gris y el celeste, y en poca medida el amarillo, sus camisas de cuadros tenían esos colores. También analizaba sus gestos y expresiones, siempre que hablaba colocaba las manos juntas sobre la ventana y si estaba sentado en algún lugar lo hacía sobre las piernas. Siempre miraba hacia un lado cuando le hacían preguntas y solo miraba fijamente cuando hablaba sobre ella.

Le gustaba la comida sencilla, las sopas y el pan y no era fanático de los dulces. Tenía el cabello negro, un poco ondulado, dos mechones le adornaban la frente. Tenía ojos castaños profundos que a simple vista lo hacían parecer molesto, pero luego te dabas cuenta que solo intentaba permanecer en calma, porque no parecía que la ira fuera parte de él.

Era frío en su forma de hablar, sonreía cuando conversaba con alguien cercano, en este caso solo era la familia de Betsy y algunas personas de la iglesia. Ella era tan cálida que en días fríos traía calor y podía sentir empalago en su dulzura. Pero Natán nunca se cansaría de oírla, tenía la voz tan suave que causaba un encanto inmediato, al igual que su rostro y su forma de ser.

—¿Qué estación te gusta más?—preguntó Natán la noche siguiente al sueño.

—La primavera—exclamó—y después el invierno.

—¿Por qué?

—Por que la primavera es colorida y fresca, y el invierno por que trae un extraño olor a lluvia en el pasto y puedes sacar los abrigos de lana.

Natán se rió asintiendo a su respuesta.

—¿Y a ti?—continuó ella—¿cuál estación es tu favorita?

Él lo pensó un momento, hasta hace un tiempo le daba igual lo que pasara a su alrededor, ya fuera del clima o de las personas.

—El verano—respondió.

—¿El verano?

—Sí, el sol brilla, hay colores y puedes comer todo el helado que quieras.

—¿Helado? ¿Qué sabor de helado?

Él volvió a pensar, su abuelo siempre le compraba un helado después de la iglesia, y luego que murió, nunca más volvió comerlo.

—Hay uno de chips de galletas y sabe a vainilla pero también a chocolate.

Betsy percibió la nostalgia en sus ojos y tuvo el deseo de acercarse.

Al día siguiente cuando él tocó la campana, ella ya estaba esperando, quería saber más, quería escucharlo.
Él se quedó observandola un largo tiempo, no podía ni estaba dispuesto a dejar de contemplarla. Ella se sonrojó y buscó la manera de distraerse con el cabello, acto seguido comenzó una conversación.

—Una linda noche.

—Sí.

—Es luna llena.

Él movió la cabeza de arriba a abajo mostrando un sí.

—¿Te das cuenta que son nuestros últimos momentos a través de la ventana?—siguió ella.

—Solo es el comienzo tal vez, de algo más maravilloso.

Ella sonrió y luego se sentó sobre la ventana.

—No quisiera que te vayas.

—Nos veremos seguido.

—¿Y sí no?—preguntó nostálgica.

—Buscaré la manera de que así sea.

—Pero puede pasar que... estando lejos nuestro esfuerzo disminuya.

—Tal vez, pero no el amor.

Betsy se conmovió, era la primera vez que mencionaba al amor, eso significaba que había una esperanza de que pronto le hablara de sus sentimientos.

—¿Cuándo te mudarás?

—El domingo después del servicio.

—¿Y podré despedirme?

—Es posible, sino buscaré una manera.

Él sábado en la tarde Betsy pleneó llevarle helado, aunque todavía el clima era fresco, quizá le gustaría recordar un poco de su infancia. Betsy sabía que los sábados él regresaba temprano del trabajo, esa sería la oportunidad perfecta. Había un detalle todavía, sería difícil visitarlo si Fernanda y doña Elena estaban en la casa, casi siempre estaban afuera en la ciudad, mayormente los fines de semana.

Betsy se acercó a la casa, caminando sigilosa, tratando de captar algún sonido desde afuera. No estaba segura, pero prefería arriesgarse con tal de lograr su objetivo. Tocó el timbre y esperó un momento. Llevaba el helado escondido con las manos hacia atrás y sentía cómo empezaba a derretirse poco a poco.

Finalmente Natán abrió la puerta. Betsy pintó una rara sonrisa, como tratando de no ser descubierta antes de tiempo. Natán la miró frente a él y antes que pudiera decir o hacer algo Betsy lo besó.

Movió las manos hacia adelante y sin percatarse, lo que quedaba del helado se había caído en el piso.

—Betsy...—dijo Natán sorprendido.

—Quería darte algo.

—Bien, es agradable que estés aquí.

Betsy mostró la mano que sostenía dándose cuenta al fin que solo quedaba el cono remojado y algún embarro de helado.

—Fue un helado de chips de galletas.—dijo estoica.

—Está bien.—replicó él intentando consolarla.

—Era para ti.

Natán sintió un extraño sentimiento, tal vez felicidad o alegría al escuchar lo que ella había hecho. Y aunque salió fallido, logró totalmente mucho más de lo que planeó.

—Gracias, muchas gracias—le sonrió—no estés triste. Me gustó que pensaras en mí y eso me basta.

—Quería despedirme.

—Betsy, nos veremos mañana en el servicio.

—Lo sé, pero no será igual, luego de eso te irás a tu nueva casa.

Natán sabía lo que tenía que hacer, pero no tenía el valor de comentarle o hacerle alguna pregunta al respecto.
Lo pensó de muchas formas hasta que encontró una manera que no sería tan directa.

—¿Qué te parece salir?

—¿Salir?

—Conmigo, a algún lugar.

Betsy ya había tenido la experiencia de salir con Matías y no había resultado de lo mejor. Pero ese era Natán, haciendo el máximo esfuerzo por pedirle una cita.

—¿Cuándo?—preguntó entonces.

—Ahora.

Betsy sonrió exótica otra vez, como si esa fuera su mayor victoria.

—Sí, déjame ir a cambiarme de ropa.

Ella corrió escalones abajo hasta llegar a su casa. Él entró mientras tanto sin percatarse de la presencia de Fernanda en la sala.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now