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Betsy y Andrea subieron las escaleras intentado no caerse por las muchas bolsas que cargaban. Betsy puso su parte en el piso y abrió la puerta para que entrara su hermana. Después se agachó a tomar sus bolsas y las puso adentro para tener libertad de cerrar la puerta. Se detuvo un momento observando alrededor dónde su atención se había enganchado rápidamente. Natán no vio cuando venía hacia él, solamente hasta que notó la sombra subiendo las escaleras.

—Betsy.

—Hola—dijo amable con una sonrisa—lamento si te interrumpo.

Él se levantó de la mesa extrañado y con una expresión tensa.

—No, está bien. Solo que no esperaba una visita.

Betsy entró como si nada y se sentó justo en frente de donde había estado él.

—¿Nadie te visita?

Natán volvió a sentarse tratando de relajarse y de mantener la compostura, aunque de alguna forma se le hacía difícil.

—En realidad, eres la primera visita que recibo.

—¡¿En serio?!—dijo ella emocionada.

—Sí. ¿Quieres té?—respondió rápido antes de que dijera más.

—Está bien—sonrió.

Natán le sirvió té y le acercó la taza  a las manos que sostenía encima de la mesa. Betsy tomó la taza sin pensar en nada y bebió un trago muy grueso.

—Es una linda casa—continuó ella desviando la mirada hacia adentro.

—Lo es, sólo que...

—¿Qué?

—Creo que no me quedaré mucho. No lo sé, estoy intentando pensar.

Betsy volvió a tomar de la taza haciendo un sonido al absorber y creando un momento incómodo.

—¿Sabes? Yo... —dijo pasando el dedo en el borde de la taza—tengo algo importante qué decir.

Natán no dijo nada para permitir que ella hablara con tranquilidad. Se recostó contra la silla y miró sus dedos delicados que se movían alrededor de la taza.

—Te debo una disculpa y lo siento. En nombre de mi hermana y de mí, quiero con todo el corazón que me perdones.

Natán frunció el ceño tratando de entender lo que Betsy quería decir. Y aunque sabía de lo que hablaba no le parecía adecuado que fuera ella la que se disculpara.

—Betsy...

—Lo del otro día...

—No vale la pena mencionarlo.—dijo tranquilo.

—Pero, no fue justo que escucharas, es decir, que dijeran.

—No importa, justo o no, ya pasó.

—¿No te importa?, A mí sí y por eso quiero que aceptes mis disculpas.

—Te disculpo—respondió sin titubear—puedes tener paz.

—Gracias—dijo y le tomó las manos sin pensar muy bien lo que hacía—muchas gracias.

Natán se quedó alelado por su contacto. Betsy tenía las manos frías por haber estado afuera, las de él estaban cálidas por sostener la taza de té. Ella lo sintió tensarse, aunque quería quedarse así un momento, porque había una clase de alivio en el calor de sus manos. Él quería sostenerla hasta que el frío se fuera y llegaran a tener una misma temperatura, pero se le hacía difícil.

Betsy le soltó las manos despacio con la excusa en mente que debía terminarse el té, pese a que la razón era otra.

—¿Si no te quedarás aquí, entonces volverás a tu casa?—desvió el tema.

—No lo creo, estoy vendiendo la casa.

Betsy lo miró por encima de la taza mientras tomaba el último trago de té.

—¿Y a dónde irás entonces?

—No lo sé.

Betsy puso la taza en la mesa cuidadosamente y miró a Natán perdido en sus pensamientos. Se giró para ver lo que él observaba con tanto esmero y quiso preguntarle al respecto.

—¿Dónde te gustaría ir?

—A cualquier lugar donde pueda tener un hogar como el que tuve. Cualquier lugar es bueno cuando tienes un hogar.

—Y si pudieras escoger un lugar para ir ahora mismo, aunque sea por un día.

Natán pensó un momento y luego miró a Betsy a los ojos buscando descifrar lo que ella quería escuchar.

—Las montañas nevadas—señaló con la mano.

Betsy se giró otra vez siguiendo el movimiento y pudo descubrir las siluetas oscuras en la lejanía.

—¿Las montañas?

—¿Alguna vez has estado ahí?

—Nunca—aclaró Betsy—son como dos días de viaje y nunca quisieron llevarme.

—¿Conoces la nieve?

—Me encanta la nieve—sonrió Betsy—la conocí en los Alpes.

—Nunca he ido a los Alpes.

—Deberías ir antes de hacer otro cosa—siguió Betsy animada.

—Deberías conocer las montañas nevadas entonces.

—¿Qué tienen de especial?—interrogó Betsy curiosa.

—Solo puedes saberlo cuando estás ahí.

Hubiesen seguido la conversación, hablando de comida, paisajes o de lo que fuera. Pero Betsy estaba intranquila al pensar en Andrea y antes de que ella pudiera darse cuenta de dónde estaba prefirió volver.

Natán la miró cruzar el jardín hasta llegar a la puerta. Ella movió la mano y se despidió con una sonrisa, una que no olvidaría. Cómo un sello profundo, como una marca en el pecho, como latidos descontrolados son los sueños inalcanzables.

Betsy tenía una nueva expectativa, algo que no la dejaría dormir, un deseo que no descansaría hasta cumplirlo, si era un principe o una historia de amor, ya no era tanto como el de conocer las montañas. Había vivido tanto tiempo mirando de lejos, tenía grabada la misma imagen y nunca se había atrevido a cambiarla hasta ahora. Acostada en su cama pensaba, ¿como iría? o  ¿como llegaría?

El teléfono sonó en el buró, moviéndose de un lado para otro por la vibración. La pantalla marcaba un número ahora reconocible, con un nombre y una asignación.

—¿Hola?—preguntó en voz baja.

—Betsy, ¿Qué tal?—dijo Matías animado.

—Bien, estoy bien.

—¿Quisieras salir el fin de semana?

—¿Este fin de semana?

—Sí, ¿Tienes otros planes?

—No, yo...

No sabía de qué manera negarse ni tampoco le parecía adecuado ni encontraba la forma de hacerlo.

—Solo dime, ¿A dónde quieres ir?

—¿Dónde?, bueno... hay muchos lugares...

—Puedes decidir.

—¿Cualquier lugar?, ¿el que sea?

—Sí Betsy, iremos dónde tú digas.

—Las montañas nevadas—respondió sin pensarlo dos veces.

Matías guardó silencio con una clara confusión. Era muy lejos y bastante difícil llegar, además de que era en el sur. Pero más tarde aceptó y quiso complacerla. Si se iban temprano quizá estarían de regreso al anochecer y no habría tanto problema con los padres.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now