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Betsy esperaba ansiosa en la terraza, habían algunos minutos de retraso pero no quería entrar en pánico todavía. Natán llegaría en cualquier momento y no valía la pena preocuparse, y en caso de que hubiese surgido algún impedimento él se lo diría.

Natán invitó a Brandon a tomar asiento, él lo siguió sentándose en frente. Aún no estaba seguro si aquel hombre era realmente su hermano, lo recordaba más delgado y lampiño, aunque la voz era inconfundible tenía más presente al niño inocente. No tenía miedo de él, más bien de lo que tuviera para decir y más de aquella inesperada visita. Tenía que ser algo importante para haber tenido que buscarlo hasta dar con su casa.

—Dime—dijo Natán—no tengo mucho tiempo.

—Tranquilízate. Ni si siquiera me has preguntado cómo estoy.

—No creo que sea necesario. Veo que estás bien.

—No sé si es ironía o realmente es cierto lo que dicen.

—¿Qué?

—Has cambiado.

Natán no entendía y tampoco podía descrifrar las intenciones de Brandon. No quería atreverse a preguntarle nada.

—Muy cristiano, ¿No es así?

—¿Qué buscas?, ¿Por qué estás aquí?

—Estás muy tenso hermano, relájate, no he venido a cobrar venganza si eso es lo que crees. Estoy aquí para pedir perdón.

Natán se conmovió de repente, podría haber esperado esas palabras de cualquiera menos de aquel hombre que decía ser su hermano. Brandon notó la expresión seria de Natán.

—Tal vez no me has oído. He venido a pedirte perdón.

—¿Por qué?—se levantó Natán.

—Tú sabes por qué.

—Nada de eso es tu culpa.

—Yo también te hice daño.

—No tanto como él.

Natán le mostró la puerta con la intención de que saliera en ese momento, no quería hablar más, ni indagar ni siquiera recordar nada de esos días o de las personas.

—Ese día pelié con alguien en la escuela, cómo siempre. Me habían golpeado brutalmente y le dije a mi padre que habías sido tú.

—Yo también peleaba contigo—lo detuvo Natán.

—Ese día no.

Natán estaba abrumado. Las imágenes volvían a su mente como una película muy vívida.

—¿Por qué debería perdonarte?—se alteró un poco.

—Por que conoces a Dios, tal vez tanto como yo.

Ambos salieron a la terraza. Natán cerró la puerta detrás. De cierta forma estaba aterrado, no por temor sino por el efecto de aquella revelación.

—No soy tan inocente—siguió Natán.

Brandon se giró para verlo de frente, se quitó los lentes revelando así el secreto que guardaba bajo estos.

—Lo sé y también te perdono.

Brandon camino hacia la calle y Natán lo observó hasta que entró al auto. Después que se hubo ido, se sentó en los escalones, con las manos sobre la cabeza. Las lágrimas comenzaron a brotar. Recordó a su padre y sus palabras, a su pequeño hermano. Y aquellas memorias que eran aún más recientes, cuando se dio cuenta que era la misma persona en la universidad, el odio por su padre lo movió a agredirlo. Solo fueron dos veces pero eran suficientes para marcarlo para toda la vida.

Fernanda observó a Brandon mientras conducía. Ahora sin los lentes podía notar una extraña cicatriz en el ojo izquierdo. No quiso preguntar, más bien tenía la curiosidad de saber lo que había pasado adentro, con Natán y con él.

—¿Y qué tal el reencuentro?—preguntó sutil.

—Bien... creo que me ha perdonado.

—¿Cómo?—se echó una risa.

—Y yo lo he perdonado.

—¿De qué hablas?, Me habías dicho que él quiso matarte.

—Sí.

—Y ahora hablas del perdón.

—Yo le hice mal. Le mentí a mis padres para que lo sacaran de la casa.

Fernanda no sabía que decir, no lograba entender nada de la historia.

—Arruiné su infancia y el quiso arruinarme, pero Jesús puede cambiar todo.

—¿Jesús?

—Así es.

Betsy esperaba aún en la terraza con una terrible decepción que se hacía notable en su rostro. Había pasado más de media hora y Natán no aparecía. Llamó un par de veces y también envió mensajes de preocupación. No era justo si no podía comunicarle lo que sucedía. Estaba a punto de rendirse, no era buena idea entrar ya que sus padres harían preguntas de las cuales no tenía una respuesta. Si se quedaba afuera podrían darse cuenta de que él no había llegado y se enfrentaría a la misma situación.

Fernanda bajó del auto en silencio, no volvió a mirar a Brandon, ni siquiera notó la presencia de Betsy en la casa vecina que la observaba rigurosa desde las escaleras.
Cerró la puerta y corrió la cortina para ver el auto alejarse. Algo había pasado y no podía tener certeza de qué, algo grave o impensable, quizá discreto dentro de su mente, pero muy notable en su corazón.

—¿Dónde estabas?—escuchó decir a su abuela.

Se giró para verla sosteniendo la cortina abierta todavía.

—Es extraña—dijo mirando por la ventana.

—¿Qué?

—La fe.

—¿De qué hablas?

—¿Nunca te has preguntado por qué sus rostros siempre se ven... complacidos?

—No te entiendo. ¿A qué te refieres?

—Sus vidas pueden ser las más desgraciadas y aún así continúan... Cómo si eso no fuera lo importante.

—¿Hablas de los cristianos?

—Olvídalo.

Natán lloraba con la cabeza sobre las rodillas todavía sentado en los encalones. Ardía su dolor como un fuego que quemaba sus entrañas mientras traía la sanidad a su alma quebrantada.

—Yo te perdono.—susurró.

Betsy caminó por la carretera. Él sol comenzaba a ponerse y sus rayos solo cubrían las copas de los árboles. Su frustración era notable tanto afuera como adentro, no sabía a dónde iba, pero quería estar lejos de todo el mundo. ¿Acaso Natán se había olvidado?, Tal vez simplemente no le importaba o quería perderse en otras de sus desapariciones. No iba a llorar por eso, ni si quiera iba a protestar, si él no estaba dispuesto a hacer su parte lo dejaría, hablaría con él al día siguiente o cuando se dignara a responder. Ya estaba harta de los malentedendidos y  las ilusiones.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now