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Era cerca del mediodía y el clima se había vuelto más frío de lo normal. Betsy esperaba que Matías encontrara el camino hacia las montañas o al menos el de regreso. Estaban rodeados de una cordillera que cubría  los lados de la carretera y además la neblina que hacía difícil el tránsito. Esto impedía que ubicaran las montañas más altas o algún indicio que pudiera guiarlos. La señal telefónica era imposible en un lugar remoto e inhabitado lo que también afectaba  encontrar el camino correcto.

Llegaron a una ladera muy alta dónde se podía ver casi todo el panorama hacia abajo. No había neblina porque los rayos del sol pegaban uniformemente, así que era perfecto para ubircarse. Matías detuvo el auto y salió de inmediato para observar alrededor. Betsy lo siguió para ayudarlo si acaso fuera posible.

—Creo que sé dónde estamos—dijo Matías con una mano en la frente para hacer sombra y  ver mejor.

—¿Sí?—se alegró Betsy.

—Avanzaremos un poco e iremos a la derecha. Podremos estar en la ciudad en una o dos horas.

—Bien, ¡perfecto!

Volvieron al auto y siguieron el camino señalado por Matías.
Estaban cansados de dar vueltas y de viajar en la carretera por más de tres horas. A Matías se le ocurrió la idea de detenerse a almorzar el primer local que encontraran. A Betsy le pareció bien, aunque estaba desanimada por el intento fallido de llegar a las montañas, pensó que al menos disfrutarían un almuerzo juntos.

Natán hizo té para él y su madre. Ella quiso hacer algo por él antes de irse y preparó muffins que su madre le había enseñado  a hacer cuando era niña. A él le iba a gustar recordar lo que la abuela preparaba. Y así fue, Natán disfrutó del té y los pastelillos como si fuera lo mejor del mundo que jamás había probado. Tuvieron una larga conversación acerca de sus padres y abuelos, que sólo terminó con una llamada en el teléfono de Lidia.

Betsy pidió pescado para el almuerzo y Matías la acompañó sólo con una soda. Parecía nervioso y tenso a la vez como si algo extraño estaba pasando o estaba a punto de suceder. Betsy lo analizaba en cada movimiento aunque sin ninguna malicia, solamente tenía presentimientos que no podía ignorar.

Betsy volvió al auto mientras él pagaba la cuenta y esperó impaciente adentro hasta que sintió que tardaba demasiado.
Volvió a entrar al local donde recién había almorzado, pero no había señales de Matías. Pensó que seguramente estaba en el baño y decidió volver afuera.

Escucho unas risas a un costado del estacionamiento y caminó despacio hacia el bullicio. Miró elocuente hacia el lugar exacto. Había cuatro jóvenes, tres chicos y una chica la cual estaba recostada a uno de ellos. Matías estaba ahí, sonriente y como si fueran sus grandes amigos.

Todos volvieron a mirar cuando Betsy apareció en la esquina, asustada como una cervatilla al escuchar un disparo.

—Ella es Elizabeth—dijo Matías señalando a Betsy.

Todos la observaron confusos, sin mostrar interés alguno de quién se trataba.

—Ellos son amigos Betsy—siguió Matías.

Ella no respondió nada y se acercó despacio, para hablarle bajo y decirle que debían marcharse.

—¿Por qué no vamos a mi casa?—dijo el chico que estaba con la chica recostada.

—Es buena idea—respondió otro languideszco y flaco. —ahora que Matías ha vuelto, es una excelente ocasión.

Betsy miró a Matías confundida y con la intención en la boca todavía de decirle que se fueran.

—¿No te gustaría divertirte un rato?—siguió insistiendo el primer chico.

—Sí—dijo la chica—y es mejor si no está Jenni, ¿No?

—No chicos, lo siento, tenemos que irnos.—se negó Matías.

Betsy tenía curiosidad por saber quiénes eran esos jóvenes o qué pretendían, más que nada qué tenían que ver con Matías.

—Vamos—siguió la chica—te hará bien.

—¡Está bien!—se entrometió Betsy—iremos con ustedes.

Matías la miró con gesto exorbitado y los demás parecían menos sorprendidos, pero aún así les parecía rara la respuesta de la chica rubia.

—Betsy...

—Iremos, será genial cambiar de planes.

Llegaron a una cabaña en la falda de una pequeña montaña, llena de pinos y manzanos sin hojas. Matías no le habló a Betsy en todo el trayecto, aunque no parecía molesto, más bien perdido en sus pensamientos y como melancólico.
La cabaña era de madera rústica y tenía una chimenea muy grande en la sala. Habían dos plantas y un ático más arriba, además de una cocina que parecía nunca haber sido usada.

Los chicos compartieron una pizza que habían comprado en el pueblo y algunos refrescos enlatados, dos de ellos incluyendo a la chica tomaban cervezas. Betsy quiso comer con ellos sin importar que hubiera almorzado recientemente, pero Matías tampoco quiso comer esta vez. Se sentó retirado mirando hacia el vacío con una lata de jugo de naranja y sin hablar ni prestar atención a lo que los demás estuvieran diciendo.

—Entonces, ¿Iban a las montañas nevadas?—preguntó la chica a Betsy.

—Sí, pero está bien, iremos otro día.

—¿En serio piensas volver a viajar con Matías?

—¿Por qué lo dices?

—Solo pienso, no sé si el quiera hacerlo—respondió y señaló hacia donde estaba Matías.

Betsy lo vió en su estado de congoja y distanciamiento, pero no quiso ir a él, tal vez solo estaba cansado y quería estar solo un momento.
Dieron la tres de la tarde y Betsy pensaba que era hora de regresar, si bien podrían tardar un par de horas en llegar a casa no quería esperar a que fuera más tarde.
La chica le había dicho que en el ático podría conseguir señal telefónica, así que fue arriba para intentar llamar a Andrea o alguno de sus padres y decirles que estaría de regreso pronto.

Solo BetsyDove le storie prendono vita. Scoprilo ora