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Natán se inclinó a recoger una fotografía que estaba tirada en el piso. Esa casa guardaba tantos recuerdos, parecía que nada había cambiado, que todo seguía tal y como debería.

En la foto estaba su familia compuesta de tres, dos ancianos y un niño menudo y delgado.  De pronto sintió que algo se atravesaba en su garganta, como si su alma entera se encogiera en un nudo y se quedará atrapada entre el cuello y la cabeza. Observó con ternura la dulce sonrisa de su abuela, era como una chispa que encendía su corazón, como si lo único que lo mantenía de pie, fuera todo el amor que ella le había entregado.

Miró al abuelo detenidamente, recordando la inmensa sabiduría con la que le había enseñado a vivir y a confiar en Dios sobre todo. Quiso llorar, pero sentía que lo había hecho lo suficiente, quizá ahora era el momento de despedirse, y era lo que quería, recoger sus pertenencias, lo que quedara todavía en la casa y no regresar más.

Siguió recorriendo el pasillo y entró a la que había sido su habitación durante veintiun años. Todavía recordaba el primer día cuando entró. Era uno de esos recuerdos vagos de la infancia, de los primeros que tienes memoria, probablemente porque era único y especial. No sabía que su madre lo estaba abandonando ese mismo día, hasta tiempo después cuando se dio cuenta que ella no regresaría nunca más, la conocía por las fotografías y una vez la había visto a la distancia en el funeral del abuelo.

Nunca quiso entablar una relación con ella, sus abuelos eran suficientes, y Dios, aunque muchas veces sentía que el rencor lo consumía y le era difícil verlo como un Dios amoroso, pero recordaba siempre las enseñanzas de sus abuelos, que Dios nunca abandona y que para todo tiene un propósito.

Miró un estante con algunos libros y una caja a la par dónde su abuela guardaba todo lo que hacía desde niño, dibujos de la escuela, proyectos, manualidades de la escuela dominical, y algunos juguetes. Él nunca revisaba la caja, solo miraba cuando la abuela guardaba todo lo que le traía. Cogió la caja que resultó muy liviana y la agregó a los objetivos que llevaría con él. 
Salió por la puerta de en frente, la cerró con llave y miró alrededor por última vez, cogió unas cajas que tenía en el patio y las guardó en el auto. Tomó un cartel de “se vende”, lo pegó en la valla y emprendió la marcha.

Quería vender la casa lo antes posible, así podría comprar una nueva en cualquier otro lugar que fuera tranquilo. Pensaba que el pueblo en el que vivía era muy adecuado, pero no estaba seguro, ya habían comenzado a aflorar dificultades y no quería involucrarse en nada, especialmente cuando tenía que ver con chicas.

Betsy se sentó frente a Andrea y a la par de Matías. Después de presentar a la banda, Erick había decidido salir a cenar con las hermanas y su amigo, pensó que sería divertido y Andrea apoyó la idea.

Ahora estaban en un restaurante en el centro de la ciudad, los cuatro en una misma mesa. Andrea no dejaba de hablar con Matías como si lo conociera de toda la vida. Betsy ya había logrado entrar en ambiente, aunque lo más importante era que su hermana estaba feliz y se mantenían unidas otra vez, no quería pensar en lo que había pasado ni por qué habían estado separadas toda la semana, quería disfrutar el momento.

Después de una larga charla, cruce de palabras y una cena voluntousa, Erick fue a pagar la cuenta y Andrea quiso acompañarlo. Betsy se dirigió a la salida junto a Matías, él abrió la puerta delante y la dejó salir primero.

Betsy sintió el aire helado y el viento que soplaba sutil, no había tanta neblina como en días anteriores pero se hacía difícil distinguir lo que había a cierta distancia. A pesar de eso Betsy pudo notar una gasolinera en frente cruzando la calle y algunas tiendas ya cerradas a esa hora de la noche.

Natán se detuvo en la ciudad, debía hacer las compras antes del domingo para no perderse el servicio dominical. No encontró ningún local abierto cerca de la calle principal, entonces decidió irse hasta el centro.

Betsy se acomodó el gorro antes de que ocurriera algún incidente con sus oídos, se colocó una bufanda alrededor de su cuello y esperó afuera.

—¿Así que Elizabeth?

Volvió a mirar hacia la izquierda siguiendo la voz que había escuchado.

—Sí.

—¿No te sorprende lo pequeño que es el mundo?—continuó Matías.

—Lo es, pero prefiero llamarle coincidencia.

—Ambas cosas quizá.

—De todas formas el mundo es pequeño comparado con Dios, pero las coincidencias siguen sucediendo.

Matías se rió como si hubiese sido un chiste. Betsy hablaba en serio, y no quería llegar al punto de molestarse, por esto fingió que también le hacía gracia.

—Tienes razón Elizabeth...

—Betsy.—respondió ella de inmediato.

—¿Por qué Betsy?—se extrañó.

Ella no supo que responder, podría decir cualquier argumento pero no la verdad, las ideas dieron vueltas en su mente hasta que su mirada descubrió la realidad.

—Tiene un significado especial...

Natán también miró desde el otro lado, mientras llenaba combustible. Era Betsy con un chico saliendo de un restaurante lujoso, luego parecían hablar gustosamente, se reían y disfrutaban lo que el otro decía. Al menos fue lo que vio hasta que sus ojos se cruzaron con los de ella.
Betys quería cruzar la calle a toda prisa, había una disculpa pendiente y además ahora una aclaración, aunque quizá él no la necesitara, ella sí y de repente le afectaba la idea de que Natán se hubiera confundido al verla con Matías.
Él levantó la mano para saludar y se alejó en seguida por la carretera. Ella vio el auto perderse en la neblina, sintiendo como si su mente se empañara y se nublara de la misma forma.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now