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Betsy no entendía por qué de repente sentía nervios y se volvía tímida cuando hablaba a Natán. Ella no era así, su naturaleza era extrovertida y habladora, pero sin razón alguna, perdía las nociones.

Natán le abrió la puerta del auto y le hizo un gesto amistoso para que entrara. Después de acomodarse en su lugar, siguieron la carretera en medio de un clima nublado.
Natán no asimilaba lo que pasaba, ni tampoco entendía de donde había sacado la valentía para preguntarle si podía llevarla, de todos formas era más increíble que ella hubiera aceptado.

Después de quince minutos de camino, el ambiente se había vuelto tenso, no habían cruzado más palabras hasta entonces. Betsy se sentía inquieta y Natán estaba sofocado, de pronto sentía como si sudara, lo que era ilógico por la baja temperatura.
Recordó una película que había visto con su abuela hacía un tiempo, era romántica y aunque no era un género de su agrado, había tenido que quedarse sentado. El abuelo había muerto recientemente y la abuela necesitaba compañía, aunque todo fue por ella, tenía la sensación de que había servido de algo. Recordó que el chico de la película le preguntaba a la chica acerca del clima, no era el tema más interesante pero al menos serviría para romper el hielo.

—Hace frío estos días, ¿No?—dijo con voz fuerte.

Betsy volvió a mirarlo sintiéndose aliviada de que por fin dijera algo, pero solamente le dio una sonrisa para asentir. Natán percibió que no era suficiente, así que decidió intentarlo nuevamente con otro tema.

—¿Ya has comido algo?

Betsy recordó que no había comido nada desde la mañana y se dio cuenta que en realidad tenía mucha hambre.

—No, no he comido. Vine temprano y ahora se hizo tarde también.

—Entiendo. Entonces tienes hambre.

Natán quería llegar al punto de entablar una conversación fluida, preguntarle sobre su comida favorita y demás gustos, pero Betsy estaba interpretando de otra forma.

—Sí. Supongo que tú tampoco has comido.

—No, no...—sonrió él.

—Ya somos dos ambrientos.

Natán se frustró un poco de que la charla tomara una ruta diferente a la que quería, así que prefirió callar.
Después de otros minutos de silencio, se detuvo en un alto antes de seguir. Quedaban algunas cuadras todavía para llegar a su calle.

—Mira—señaló Betsy con la mano.

—¿Qué?

—Podriramos comer algo ahí—dijo apuntando una cafetería.

—Pero...

—La comida es riquísima, de lo mejor, te va a encantar.

—Yo...creo que...—tartamudeó Natán.

—Te aseguro que no hay nada mejor para saciar el hambre y el apetito.

Natán no sabía que hacer, tenía unos cuantos segundos para decidir. Si se negaba sería muy grosero porque ella ya había declarado que tenía hambre, si aceptaba no perdía nada, pero sería extraño.
Desvió el auto hasta la cafetería, se bajó y fue a abrirle la puerta. Entraron rápidamente para no estar mucho tiempo en el frío y se acomodaron en una mesa al fondo.

—Y... ¿Qué quieres comer?—preguntó Betsy viendo la cartilla.

—No lo sé, podrías recomendarme algo.

—¡Por supuesto!—exclamó entrando más en confianza.—Los desayunos son de lo mejor, pero dado que es almuerzo, creo que te gustarán las lentejas.

—¿Las lentejas?

—Sí, lentejas con vegetales.

Natán revisó su cartilla para buscar lo que Betsy mencionaba. Luego llamó a la mesera.

—¿Y tú?—preguntó él.

—Tendré lo mismo.—sonrió.

Después de recibir el pedido lograron  conversar con más fluidez. Natán habló de sus abuelos, de su infancia con ellos y todo lo que habían significado en su vida. Betsy escuchaba atentamente mientras se formulaba cientos de preguntas. Después siguieron hablando de comida y por último Betsy habló de su familia. Le contó que su hermana estaba comprometida y que pronto se iba a casar, también sobre su hermana mayor, quién estaba casada y tenía un hijo. Natán volvió al tema de las lentejas y aseguró que habían sido exquisitas. Realmente no le habían parecido tan bien y no precisamente por el sabor, si no por los recuerdos. Su abuela le preparaba lentejas, era su comida favorita cuando era niño, pero cuando su abuelo falleció, su abuela perdió también el deseo de vivir y no volvió a hacer nada especial por él, después de ese tiempo, vivió deprimida hasta que murió meses después.

Betsy recordó a su familia, para entonces ya estarían en casa. Envió un mensaje a su padre, diciendo que llegaría pronto. Olvidó que había activado el modo avión en el hospital para dormir tranquila, y el mensaje no fue recibido.

Natán y Betsy emprendieron el camino nuevamente. Se sentían más libres de conversar, y cuando se trataba de hablar Betsy no conocía los límites.

—¿Sabes?, Me gusta la sopa, pero solo si tiene verduras, excepto la sopa de calabaza, esa me sabe bien de cualquier forma. Más que nada, no me gusta ver el tazón lleno de agua colorida y sin nada más, aunque si la pruebas sabes que es sopa, pero ¿Cómo la diferencias de un agua con colorante?

—Supongo que... Solo probandola.

—Exacto—siguió Betsy— por eso debe llevar verduras.

—Mi abuela hacía sopa de calabaza, pero con verduras.

—¿Sí?, ¿Y te gustaba?

—No tenía que gustarme, era lo que había.

—Ja, ya, pobre de ti.

—A mi abuelo tampoco le gustaba, pero creo que si estábamos los tres juntos no le importaba.

—¿Qué hay de tus padres?—soltó Betsy sin pensar, siguiendo la charla.

Natán frenó de repente haciendo sobresaltar a Betsy. Ella miró rígidamente hacia el frente mientras respiraba con los latidos alterados.

—Un...un...un animal—tragó saliva.

Betsy se agarraba del asiento con los ojos bien abiertos y asustadizos.

—¿Qué animal?

—No... No lo sé.

Ciertamente para él, el pasado era un animal salvaje que se atravesaba con toda su fuerza en sus emociones. No estaba mintiendo, era lo más cerca de la verdad que podía estar.
Betsy visualizó la casa desde dónde estaban y guardó silencio hasta que el auto se detuvo en el patio.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now