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Por la mañana el frío había empeorado, el viento soplaba con fuerza, los árboles bailaban al mismo ritmo. No había nieve en noviembre, todos los sabían, si acaso verían un poco en las montañas del sur hasta finales de febrero. En cambio se había desatado un torrencial. El cielo estaba gris y la lluvia se derramaba en gotas muy gruesas.

Natán sintió una sensación fría en la espalda, como si hubiese metido la ropa al congelador. Se suspendió del sueño cuando una gota helada le cayó en la mejilla. Intentó pensar rápidamente mientras se cubría la cara de la claridad que entraba por la ventana. Al momento se dió cuenta de lo que había pasado. El viento había soplado tan fuerte que las ventanas se abrieron, y el tenaz aguacero estaba llegando hasta la cama.

Se levantó a toda prisa y cerró las ventanas con dificultad por la fuerza del aire. Acomodó las cortinas y dió un profundo respiro. Al instante sintió una incomodidad en la nariz, se frotó con las manos pero no funcionó, el estallido del estornudo se habría escuchado por toda la casa. No podía estar seguro desde que horas las ventanas estuvieron abiertas, pero con seguridad y sin equivocarse, había adquirido un resfriado.

No podría ir a la iglesia así, le dolía la garganta y poco más tarde tuvo fiebre.  La mejor decisión era ir al médico, si se quedaba en la casa, probablemente el resfriado tardaría más tiempo en irse y no podía arriesgarse a tomar una licencia, con tan solo unas semanas de haber comenzado su nuevo empleo.

Betsy se despertó con unos rayos de sol que alumbraban su rostro, era demasiado resplandeciente para que fuera de mañana. Levantó la cabeza un poco para tratar de descifrar la hora, pero sintió una punzada en ambos oídos que al instante la devolvieron contra la almohada. Se levantó con gran dificultad, miró un viejo reloj que tenía colgado en la pared. Era bastante tarde, demasiado quizás.

Dio la vuelta para dirigirse a la puerta y antes de que pudiera abrirla escuchó varios golpes repetidos.

—¡Elizabeth!—oyó la voz de su padre.

—No me digas Elizabeth—pronunció entre dientes después de abrir la puerta.

—¿Estás bien?—preguntó él mirando su cara irritada.

—No creo.

—¿Necesitas algo?, ¿quieres dormir más?

—No—susurró con el ceño fruncido.

—¿Qué tal tus oídos?

Betsy se cubrió las orejas e hizo un gesto de dolor.

—Tranquila, vuelve a la cama.

Después de aplicarle las gotas en los oídos, su padre le ayudó a ponerse un gorro. La abrazo cariñoso y le dio un beso en la frente.

—Te llevaré al médico.

—Papá, pero la iglesia. Me quedaré aquí, estaré bien, vayan ustedes.

—Podemos dejarte ahí y luego te recogemos. No te preocupes, lo mejor es que vayas al médico.

Después de dejarla en la sala de espera, su familia se fue a la iglesia. Su padre le dijo que esperara por ellos, cuando que terminara el servicio volverían a recogerla.

—Si acaso sigues sintiendo dolor, llámame vendré por ti.—le dijo su padre.

Betsy estuvo de acuerdo y se despidió de su familia.

El doctor no hizo mucho más que recetarle una pastillas, aunque ella no creía que fueran tan necesarias, después de unos minutos el dolor había disminuido casi por completo.

Volvió a la sala de espera con la terrible desilusión de que tendría que quedarse por más de una hora. Se sentó en un pequeño sofá cerca de la puerta, se recostó relajada, puso el teléfono en modo avión y cerró los ojos. Se sentía muy cómoda, la sala estaba vacía ya que era domingo, excepto por una señora con un bebé sentada en una esquina. Pero además de eso, había absoluto silencio y recientemente se había tomado unas pastillas, las cuales le produjeron mucho sueño.

Logró dormir como por quince minutos, después de tuvo que acomodarse erguida en el sofá, ya que había llegado más gente. Observó alrededor tratando de mantenerse despierta, las pastillas eran muy fuertes y el sueño la estaba dominando.

Se levantó del sofá y caminó por la sala, fue al baño, regresó de nuevo a caminar, hasta que por fin se le ocurrió. Se acomodó muy bien el gorro y el cabello para cubrirse bien los oídos y salió afuera. Estaba muy frío y el viento seguía soplando agresivo, pero al menos no se quedaría dormida. Soportó ahí de pie otros quince minutos y descubrió que había sido una mala idea, así que decidió volver adentro.

Cuando dio la vuelta no logró percatarse a tiempo. Golpeó un cuerpo que la hizo tumbada hacia atrás, hubiese sido un golpe muy fuerte contra el pavimento, de no ser por los brazos del mismo cuerpo que la sostuvieron.
Reaccionó de inmediato en medio del susto. Seguidamente observó con detenimiento los ojos de quién la sostenía por la cintura y la espalda. Esos ojos ya los conocía, pero nunca los había visto directamente y tan de cerca. Él chico se sintió intimidado de que lo viera a los ojos y lentamente la fue soltando.

—¿Tú?... e...—tartamudeó ella.

—Betsy.

—Iba adentro—señaló la puerta— y... ¿Y tú?

—Vengo de adentro.

—¿Sí?

—¿Estás bien?

—Sí, no me pasó nada, estoy bien.

—No, digo, este es un hospital, ¿qué pasó?

—Ah, eso—se río simpática—eso.

—Eso.

—Tenía un problema, en mis oídos. En  realidad, no es nada grave. ¿Y tú?

—Un resfriado.

Betsy ya lo había notado, Natán hablaba extraño como si se tapara la nariz al hablar. Honestamente le parecía gracioso y estaba tratando de retener la risa, pero no sabía cómo lo tomaría él.

—¿Ya te vas?—siguió él

—No, tengo que esperar a mi familia, vendrán por mí después de la iglesia.

—Entiendo. Aunque podría llevarte si quieres.

—¿Llevarme?—Betsy se sorprendió.

—Sí.

No estaba segura si fuera una buena idea, pero el frío estaba terrible y no quería volver adentro para quedarse sentada aburrida. Además, de seguro su familia se quedaría a almorzar en la iglesia y tardarían más tiempo, peormente si se quedaban a conversar.

—De acuerdo.—contestó nerviosa.

Solo BetsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora