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Fernanda arrancó el papel que encontró pegado en la ventana, el que decía palabras sin sentido, salió del cuarto que había sido de Natán y arrojó el papel hecho un puño a la basura. Luego se detuvo y analizó detenidamente. Volvió a juntar el papel, lo desenvolvió e intentó arreglarle las arrugas que se le habían formado. Pensó que podría servir de algo más adelante, posiblemente para burlarse cuando dieran fin a la relación.

Los padres de Betsy notaron su semblante triste a la hora de la cena. Su madre no quiso preguntar, quizá se trataba de una leve preocupación e indagar sobre el tema podría afectarla aún más. Su padre primero lo pensó y luego resolvió que estaba en su derecho de consultar.

—Elizabeth, ¿Va todo bien?

—¡Papá!—se quejó.

—Responde.

—Déjala—dijo su madre.

—Estoy bien—contestó Betsy molesta.

—No lo parece—siguió él.

La madre quería defender a Betsy y quiso cambiar el tema.

—¿Sabían que hoy se mudaba el vecino?

—¿Quién?, ¿Natán?—preguntó el señor.

—Sí.

—¿Cómo no me di cuenta?

Betsy sentía que le ponían sal en la herida y ahora no encontraba la forma de escapar.

—Podríamos visitarlo mañana—dijo el señor mirando a Betsy—¿Tú sabes dónde está la casa?

Betsy negó con la cabeza sin prestar real atención a la pregunta.

—Ah, lo llamaré entonces.

Betsy se sobresaltó. De repente hizo memoria a lo que su padre acababa de decir.

—¿Llamarás a quién?

—A Natán—Tomó el teléfono  para marcarle.

—¿No será una impertinencia si lo visitamos?, ni siquiera se habrá organizado.

—Elizabeth, no seas negativa, más bien estará contento.

Betsy se agarró la cabeza. Era una completa locura, ¿qué diría Natán?

Natán pensaba en Betsy, mientras cenaba en la soledad de la nueva casa. Podía recordar sus manos suaves entre las suyas, cuando las sostenía y se convertía en el hombre más feliz.
Quizá ella tenía muchas razones para no creer en él, así cómo también él las tenía. En definitiva no era para ella, aún si deseaba que ella fuera para él.
Colgó el corbatín con el traje. Dio un suspiro profundo antes de sentarse en la cama. Juntó las manos sobre las piernas como lo hacía siempre y oró algunas palabras.

—Déjame seguir tu voluntad, aunque en ella no esté Betsy.

Betsy también oró algo parecido.

—Por favor, quiero estar con él, pero no si tus planes son diferentes.

La madre de Betsy hizo un pastel para Natán. El señor le compró una alfombra para la casa. Betsy no supo que llevar y le compró unas cortinas.
Ella no les dijo que ya había estado ahí antes, aún si cabía la posibilidad de que se enteraran por Natán.

Llegaron después del mediodía. Natán estaba en la terraza tomando el té. No vio cuando el auto se parqueo afuera, fue hasta que el padre de Betsy apareció en el portón. Corrió para abrirles sin darse cuenta que Betsy también venía con ellos. Los dejó pasar y siguió detrás hasta la puerta. Escuchó el sonido del portón abrirse y volvió a mirar desde los escalones.

Betsy se volvió para cerrar el portón y no se percató de que él venía. Cuando se giró de nuevo, él caminaba hacia ella. No podía escapar de ninguna manera. Natán se acercó y sin mirarla tomó la pequeña caja de sus manos, logrando un roce que lo estremeció por dentro.

—Hola—dijo ella nerviosa.

—Bienvenida—le sonrió.

Natán caminó hacia adentro sin mirar atrás. Betsy entendía su forma de actuar, aún estaba molesto por sus palabras. Natán puso la caja que llevaba sobre la mesa descubriendo algo escrito. Con amor, Betsy. La frase tenía corazones dibujados alrededor, lo que le causó mucha gracia.

El señor conversó con Natán un buen rato. Él le dio un tour por toda la casa y al final terminaron hablando en la terraza. Betsy y su madre terminaron de decorar el pastel en la cocina para luego comenzar a preparar la cena.
Antes de que oscureciera, el señor y Natán entraron de nuevo en la casa. Él abrió los regalos que le habían traído, aunque no eran los objetos muy creativos y necesarios, le resultaron verdaderamente especiales.

—Pensé en la alfombra para tu habitación—le dijo el señor—Betsy tiene una parecida. Cuándo te inclines a orar no se te refriaran las rodillas.

Ambos se rieron genuinamente de la ocurrencia.

—Gracias—expresó Natán.

Luego abrió la caja que tenía el nombre de Betsy. No cabía de la emoción, hubiera podido correr a ella y darle todos los besos del mundo. Vio unas cortinas color turquesa largas y gruesas.

—Eso fue idea de Elizabeth—continuó el señor—pensó que podrías recordarnos cada vez que veas la ventana.

Natán estaba seguro que el señor no sabía la historia completa, ni tenía conocimiento del puente por el que se comunicaban. Pero Betsy tenía la certeza de que  Natán si entendería el detalle.

—¡Elizabeth!—llamó el señor a Betsy.

Ella salió de la cocina rápidamente, no precisamente por el llamado sino por la mención del nombre que tanto le molestaba.

—¿Sí?—dijo de frente, antes de descubrir a Natán con el regalo.

—¿Por qué no ayudas a Natán a poner la alfombra y las cortinas?

Betsy volvió a ver a Natán antes de asentir. Él recogió los regalos y caminó hacia las escaleras. Betsy lo siguió llegando a alcanzarlo hasta el segundo piso.

—¿Dónde quieres ponerlas?—le preguntó ella.

—¿Dónde sugieres?—dijo Natán volviéndose.

—Es tu casa, deberías decidir.

—Pero puedo pedir una opinión.

Betsy sentía la tensión en el aire, pero no quiso contradecirlo más, así que pensó en una respuesta rápida.

—¿Dónde pondrás la alfombra?

—En mi habitación—respondió sereno.—tu padre lo propuso.

—Bueno, podría ser un buen lugar.

Natán la miró con recelo sin ánimos de abrir la puerta, ella entraría a la intimidad de su cuarto y no sabía cómo iba a reaccionar.

—Me iré si te incomóda.

—No.—replicó y abrió la puerta.

Dejó que ella entrara primero y no quiso cerrar para no causar algún inconveniente.

Solo BetsyWhere stories live. Discover now