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Natán llegó a la casa que la señora Elena y su nieta Fernanda ya habían ocupado. Subió hasta la habitación que había sido suya por seis meses. Le entró la nostalgia mirando la ventana, tenía muchas razones para preferir quedarse.

Sacó la ropa del armario y comenzó a empacar dejando solo lo que utilizaría durante una semana. Limpió la habitación que ya parecía casi vacía y descubrió que le faltaba algo más que si tuviera que salir en ese momento no podría dejarlo.

Se acercó a la ventana y la abrió después de correr las cortinas. Tenía que desatar el corbatín, podría comprarse otro si quisiera o muchos más, pero ese era especial. Se preguntaba qué haría Betsy con sus medias, o si acaso pensaba lo mismo sobre quitar el puente. Tres golpes en la puerta lo hicieron volver en sí y abandonó las intenciones que tenía por ir a atender. Cuando abrió, Fernanda estaba del otro lado con una expresión de mofa.

—¿Así que Natán?

—¿Sí?—dijo con una tremenda sorpresa.

—¿Tú eres el novio de Betsy?—sonrió—es un gusto conocerte.

—Disculpa, ¿cómo es que estás...?

—Soy la nieta de la señora—dijo antes de que terminara de hablar.

—Ah, entiendo.

—Ella quiere hablarte. Está abajo, en el living room.

Fernanda se apartó para dejarlo pasar y apenas se alejó entró sutilmente a la habitación. Observó alrededor fijándose que todo estaba empacado, menos algunos libros que estaban en el buró, entre ellos una Biblia gastada.

—No puede ser—dijo entre dientes—otro de esos ignorantes. Primero Andrea con sus estupideces y ahora...no tardarán mucho en mostrar su verdadero carácter.

Apartó los demás libros bruscamente y agarró la Biblia dejándole una ojeada. Estaba subrayada y marcada por todos lados, además con las hojas muy suaves por el uso constante.

—Ja, Cómo los detesto a esos sucios cristianos, se la pasan diciendo que son santos y en la noche fornican en la esquina. No hay uno para mejorar a otro.

Natán había bajado las escaleras, la señora lo esperaba en un sofá de la sala, con una taza de té en la mano. Era una señora elegante, siempre que salía usaba sombreros, imitados de la reina Isabel, aunque no le gustaba gastar dinero en la opulencia y bien que podía hacerlo, prefería la vida simple, en un pueblo pequeño y en una casa sencilla.

—¿Usted me llamó?

—Sí, ven siéntate—dijo señalando un sofá frente a ella.

Natán obedeció, sintiendo un poco de nervios por la presencia de la señora.

—¿Quieres té?, Si quieres le digo a Fernanda que te sirva.

—Estoy bien.

—Bueno Natán, estoy complacida de conocerte.

Le dio un soplo a la taza de té y luego sorbió un trago.

—Solo me gustaría agradecerte por haber cuidado tan bien de esta casa, se ve mucho mejor que antes y tiene un aire no sé, cómo...

—¿De paz?

—Sí.

—Eso es por qué Dios está aquí.

La señora toció dos veces haciendo que el té que acababa de tragarse casi se le devolviera.

—No digas tonterías—se rió después.

—¿Tonterías?

—Eso de Dios, Jesús, es del siglo pasado, ni yo que soy anciana creo esas ridiculeces.

—Bueno—se retrajo Natán—disculpe, pero es mi fe y no creo que sea respetuoso calificarla de esa forma.

Natán volvía al pasado otra vez, se acordaba de las burlas de los niños, de sus profesores y también de sus compañeros en la universidad.
Se le formó un nudo en la garganta al sentir que revivía una vez más el rechazo.

—Te entiendo, está bien—siguió la señora—pero por favor no me menciones nada a mí.

—Es imposible no hablar de algo que está tan presente en mi vida. Dígame, ¿Por qué le parece una tontería?

La señora pensó un poco mientras se terminaba el té.

—Eso es para gente con falta de atención, que necesitan creer que alguien más está en control para no sentirse perdidos, es para gente que necesita una esperanza.

—Y dígame señora, ¿Cree que usted no la necesita acaso?

—¿Cómo por qué?—se exaltó—lo tengo todo, y sé que algún día voy a morir pero al menos habré vivido como quiero.

—¿En serio?—frunció el ceño Natán—yo no vivo como quiero, aún así siento que no necesito nada.

—Te conformas, eso es todo.

—No, es que cuando uno está satisfecho no tiene nada más que buscar.

—¿A qué te refieres?—cedió la señora.

—A Jesús. Y creo que está equivocada por eso, él no es cómo usted cree, no es una imagen que cuelga en una pared o una simple historia que pasó en el siglo uno.

—Lo que he visto y oído confirman mi teoría.

—Pues, la invito a ver otra vez, qué tal si tal vez vio y escuchó del lado equivocado.

—¿Qué sugieres?

—Vaya conmigo al templo el domingo, no le prometo nada, pero al menos tendrá el honor de decirme que vio oyó de todos los lados y sigue pensando igual.

La señora se rió, no de él sino por la astucia que tenía para guiar la conversación. Movió la cabeza adelante y atrás asintiendo mientras mantenía una expresión de seriedad.

—¿Eso es un sí?.—preguntó Natán sin poder creerlo.

—De acuerdo.

Fernanda bajó las escaleras sin quitarles los ojos a Natán, era peligroso se decía así misma, peligroso por que su abuela nunca antes había ido a la iglesia, nunca mencionaba a Dios, nunca la escuchó hablar así y aceptar tan decidida asistir a un templo cristiano. Natán era un completo peligro y tenía que hayar una menera de hacerlo desisitir de su absurda fe y demostrarle a su abuela que todo era una mentira. Lo complejo estaba en cómo lo haría, primero debía descubrir sus debilidades, porque todos las tienen decía Fernanda, y no siempre era lo que se esperaba, podría pensar que era Betsy, pero quizás no. Debía mostrarle amabilidad a aquel sucio cristiano y ganarse su confianza.

—Yo también voy—dijo desde la última grada.

—¿Fernanda?—se extrañó su abuela.

—¿Qué pasa?, Nunca he ido a una iglesia cristiana y no creo que pierda algo al hacerlo.

Natán también se sintió extraño con las palabras de Fernanda pero ignoró la intuición y prefirió alegrarse por lo que estaba pasando.

Solo BetsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora