Las palabras son pocas cuando el momento de la confrontación llega. Un accidente, un coma, una herida sin sanar, no son más que ingredientes en el coctel letal en el que se ha convertido mi vida.
La muerte no es otra cosa que un recordatorio constan...
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FABIANA
13 de noviembre del 2017
A veces respirar es difícil, porque la vida suele pesar un poco más cada día que pasa. Y sinceramente quiero morir justo ahora, lo que más necesito es que mi corazón deje de latir instantáneamente, porque ya estoy demasiado cansada. Estoy tan agotada de vivir que ya no puedo más y lo único que quiero es estar en paz.
Me desconecté de la conversación desde que esta comenzó, así que cuando el hombre en frente de mí me vuelve a abrazar y se va, sólo puedo asentir en automático. Me levanto de la banca y camino hacia mi auto sin ningún tambaleo. Este encuentro me quitó la borrachera.
Conduzco rápidamente con el afán de llegar a casa, porque no me puedo derrumbar. No aquí, no ahora. Debo llegar a donde nadie me va a juzgar por llorar y por quebrarme.
Ni siquiera pongo música en la radio, no estoy de ánimos.
Las calles están casi vacías, de no ser por los ebrios o las personas que deben ir más temprano de lo normal a sus trabajos. Ya es de madrugada y ni cuenta me di.
Los recuerdos de mi horrible infancia luchan por tener un espacio en mi mente, pero no puedo permitirme alojarlos ahora. No puedo, no lo permitiré. No lo dejaré volver a hacerme daño de esta manera. No es justo.
Llego a mi torre de apartamentos y estaciono lo más rápido que puedo, sin importarme lo mal que pueda quedar. Me vale mucha mierda, justo ahora, todo.
Subo las escaleras con rapidez y cuando por fin llego a mi departamento entro como si mi vida dependiera de ello y cierro la puerta detrás de mí. Está vacío y silencioso.
Suspiro.
Y dejo que los primeros sollozos salgan de mi cuerpo. Grito y lloro como nunca, sintiendo cómo las heridas se abren nuevamente y queman, queman muchísimo.
Camino hacia mi cocina y busco en el cajón de debajo del mesón, en donde guardo todas mis reservas de fiestas privadas, y por privadas me refiero a yo sola conmigo misma, y saco una botella de vodka y una cajetilla de cigarros.
Me quito la chaqueta, y saco de ella el encendedor con una luna que me regaló Nico cuando salíamos. Un sollozo fuerte sale de mi cuerpo al verlo y lo aprieto fuerte en la palma de mi mano. Lo que me faltaba, que mis problemas familiares se juntaran con mi decepción amorosa.
Abro la botella y tomo un largo trago mientras camino hacia el baño. Cuando llego lleno la tina con agua y me sumerjo en ella con la ropa puesta. Tomo otro trago y siento cómo de nuevo vienen los sollozos.
Enciendo un cigarrillo y lo calo lentamente mientras mis lágrimas llenas de rímel y delineador manchan mi rostro. Miro el techo del baño y lloro, lloro muchísimo.
