Las palabras son pocas cuando el momento de la confrontación llega. Un accidente, un coma, una herida sin sanar, no son más que ingredientes en el coctel letal en el que se ha convertido mi vida.
La muerte no es otra cosa que un recordatorio constan...
Me bajo de la moto con desconfianza y me quito el casco para ver bien todo a mi alrededor. Las calles están llenas de motociclistas que se ven mucho más intimidantes que Sebastián. Veo el letrero neón del lugar en el que estacionó y luego lo miro a él, aterrada.
- ¡Me dijiste que no era un secuestro!¡Estamos en el lado más peligroso de la ciudad! – me muevo incómoda y trato de mantener la calma.
No debí haber confiado en que él eligiera el lugar, él no sabe por lo que he pasado en este barrio. Me pongo la mano en el pecho mientras intensas imágenes que he querido enterrar en el fondo de mi mente se vuelven cercanas y se reproducen una y otra vez en mi cabeza.
- Tranquila, con papá no te va a pasar nada – su sonrisa no es tranquilizadora como siempre, es la que pone cuando bebe demasiado, o cuando se mete esas pastillitas. Me asusta demasiado.
- No quiero ir allí, papi – me aferro a mi oso de peluche y niego con la cabeza frenéticamente.
- ¿Acaso no confías en papá? – veo su ceño fruncirse y su cara enrojecer por el enojo. No me gusta que se enoje conmigo.
- Sí confío en ti, papi – respondo rápidamente. Me asusta mucho papi cuando se enoja.
- Eso está bien, princesa. Vamos – tomo su mano y entramos a ese lugar con luces de muchos colores.
La cabeza se me oprime en dolor y siento como las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas. Me duele fuertemente el pecho y veo a Sebastián tratando de acercarse a mí. Veo cómo sus labios se mueven pero no escucho lo que dice. Sólo siento dolor, un pitido en los oídos y estos recuerdos que vienen fuertemente.
- ¡Te dije que no podías hacer eso, grandísima hija de puta! – golpea tan fuerte mi rostro con su palma abierta que me hace caer fuertemente al suelo.
- ¡Mamá! – me levanto y salgo corriendo en busca de mamá. Ella siempre me defendía de papá cuando llegaba así. Pero ya no está, en su lugar hay un cuerpo frío.
Me encierro en el clóset y trato de controlar mis sollozos.
- ¿Dónde estás, pequeña zorra? – grita, entrando al cuarto -. Si no quieres acabar como mami, más te vale que vengas.
Me desvanezco en el suelo mientras siento cómo mis pulmones arden por la falta de oxígeno. Voy a morir. Él me va a hacer lo que le hizo a mami.
- Fabiana – Sebastián me toma de las mejillas y me hace mirarlo a los ojos -. Mírame, guapa. Aquí estoy, no te voy a hacer daño.
