Las palabras son pocas cuando el momento de la confrontación llega. Un accidente, un coma, una herida sin sanar, no son más que ingredientes en el coctel letal en el que se ha convertido mi vida.
La muerte no es otra cosa que un recordatorio constan...
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FABIANA
14 de noviembre del 2017
Pasar la tarde con Nicolás fue realmente incómodo. Traté de hacer el ambiente ameno, pero siempre que lo veía sus ojos tenían esa mirada de perrito atropellado que siempre usaba para convencerme y eso me molesta, porque sé que tomé la decisión correcta, a pesar de que no era la que me gustaría haber tomado y él no me lo deja nada fácil.
Me hace ver, de cierta manera, como una mujer fría y sin sentimientos que no le importa el bienestar del otro. Su cara de tristeza infinita y su aspecto golpeado lo hacen ver como una víctima, como mí víctima. Y yo no quiero ser vista como la culpable de todo aquí, porque una relación es de dos, y no soy la única responsable de que todo se haya acabado. Si él no se hubiese convencido tan fuertemente de que podía salvarme metiéndose en mi mierda, nada de esto habría sucedido. Él estaría bien, yo seguiría como siempre, y no estaríamos metidos en tantos líos.
Cuando me despido de él, luego de tener el dinero en mis manos siento un gran alivio, no creía poder aguantar más a su lado sin poder hacer o decir todo lo que se pasaba por mi mente. Me gustaría decirle que nunca quise terminar, que nunca quise que las cosas resultaran así.
Pero no digo nada, sólo me despido con un simple asentimiento de cabeza y conduzco hasta mi destino, a verme con el otro hombre que ocupa mi corazón y con quien contaré siempre pase lo que pase, a solucionar los problemas en los que nos metió el hombre que dejo atrás.
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- No puedo creer que estemos metidos en este problema – me susurra Sebastián mientras esperamos en una sala llena de hombres que nos observan fijamente.
Quiero decirle que esté tranquilo, que tenemos el dinero y que sólo debemos pagar por el incidente e irnos intactos, pero la situación me supera.
Cuando llegamos a esta enorme casa nos requisaron en la entrada y nos hicieron pasar a esta sala mientras contaban el dinero en otra. Se han demorado demasiado, considerando que la cantidad no era tanta, lo que hace que mis pensamientos estén volando en una dirección que indica peligro en grandes letras rojas.
Estoy demasiado asustada y la situación se asemeja tanto al paisaje vivido durante gran parte de mi niñez, haciéndome sentir escalofríos por el parecido entre los escenarios.
Lo que diferencia a este momento de mi infancia, es que al menos puedo tener a Sebastián sosteniendo mi mano. Él trata de aferrarse a mí como yo a él y, aunque los dos estamos muertos de miedo, nuestro rostro se ve impávido, sereno, como si hiciéramos esto todos los días.
- Bueno – el hombre grande y aterrador que había recibido nuestro dinero cuando llegamos entra a la sala. Nos ponemos de pie con rapidez sin soltar nuestras manos y lo miramos, expectantes -. Ya se pueden ir.
No esperamos a que se arrepienta y salimos tan rápido que casi parece que estamos corriendo. Cuando vamos llegando a la puerta el hombre vuelve a hablar poniéndome los pelos de punta. Nos detenemos y volteamos a verlo. Mentiría si dijera que no me estoy meando encima.
