60| Después de la Tormenta.

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La noche había sido helada, Amaia y yo dormimos juntas para evitar morir de hipotermia ya que los guardias nunca aparecieron con mantas o algo por el estilo.

La hinchazón en mi brazo había disminuido, sin embargo el dolor aún era un poco molesto.

Me encontraba en el quinto sueño mientras que la castaña me envolvía con su cuerpo para hacerme entrar en calor. Ni siquiera me di cuenta en el momento que dejó de llover. 

De repente un fuerte golpe me hizo regresar a la realidad haciendo que despertara abruptamente. 

Abrí los ojos como platos y Amaia dio un breve salto del susto  ante mi reacción.

Era un guardia, estaba abriendo la puerta de la celda.

─Bien, ¿Carrington? ─demandó saber.

─Soy yo. ─mencioné somnolienta frotándome los ojos. 

─De pie, reclusa. ─ordenó─. Tienes visita. ─finalizó.

Lo observé confundida.

─Lo siento, debe ser un error, no tengo familiares que puedan venir a verme. ─comenté.

El hombre frunció el ceño.

─Tienes cinco minutos para levantar tu culo de la litera. ─rugió amenazante. 

Observé a Amaia, la castaña me miró con preocupación. 

Tomé aire por la nariz y lo dejé escapar suavemente a través de mis labios. 

Me di lentamente la vuelta y me puse de pies. 

Había dormido incluso con los zapatos puestos ya que no quería que se me congelaran los pies. 

Caminé en dirección a la puerta y el sujeto abrió una pequeña apertura de la reja.

Pude verlo tomar las esposas de su cintura así que supe lo que debía hacer.

Saqué mis manos por la apertura y el sujeto procedió a colocarme las esposas con agilidad. 

─De espaldas. ─ordenó.

Coloqué los ojos en blanco y sin decir más me giré sobre los talones obedeciendo sus órdenes. 

De repente escuché el sonido de sus llaves abrir el pasador y el crujido de las verjas oxidadas me templó los dientes, luego una mano helada me tomó de la muñeca con presión. 

Caminé de espaldas hasta lograr salir al pasillo, el oficial cerró nuevamente la reja y procedimos a caminar.

Extrañamente todo estaba en silencio, el frío era aterrador y el olor a lluvia era penetrante. 

─¿Qué hora es? ─le pregunté al oficial mientras bajaba las escaleras de la galería.

─Son las once de la mañana. ─dijo pasivo. 

No respondí absolutamente más nada, sólo me dispuse a caminar en la dirección que el guardia me guiaba.

Atravesamos varios pasillos hasta llegar a un lugar apartado del pabellón en el cual había sido ubicada. 

Atravesé el umbral y me topé de frente con una sala amplia y bien iluminada que estaba dividida en dos, una parte era para las reclusas y la otra para los visitantes y ambos lugares se encontraban separados por un muro de cristal. 

─Mesa tres. ─ordenó el guardia.

Levanté las manos en dirección a su rostro para pedirle que me quitara las esposas.

INOCENTE © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora