16| The White House.

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─¿Algún superior sabe de esto? ─ella negó con la cabeza.

─Aquí en prisión no vales nada, Olivia. ─respondió cabizbaja. 

─Pero... ─ella me interrumpió antes de que pudiese continuar.

─No hay nada que decir, la verdad no quiero hablar más del tema. ─argumentó. 

La miré en silencio mientras sus ojos miraban al vacío. 

─¿Cómo puedo ayudarte a sentir mejor? ─pregunté.

─Si puedes cantar algún conjuro mágico que haga desaparecer los moretones entonces adelante. ─contestó. 

Reí. 

─Creo que puedo hacer algo, ¿Me dejas intentarlo? ─insistí. 

La pelinegra me sostuvo la mirada por unos minutos y luego de un largo rato finalmente rompió las masas de aire.

─Carajo, no puedo negarme si colocas ojos de perrito. ─mencionó señalando mi rostro. 

Le brinde una sonrisa victoriosa. 

─Bien, ¿Qué debo hacer? ─aceptó. 

─Sólo debes acostarte boca arriba, ¿De acuerdo? ─le ordené y ella me obedeció de inmediato. 

La mujer se acomodó en la litera y se colocó el suéter debajo de la cabeza simulando una almohada. 

─¿Ahora qué hago? ─demandó saber luego de hacer lo que le pedí. 

En un lento movimiento me subí a la cama y comencé a gatear hacia ella mientras que la mujer no paraba de examinarme con cautela. 

─¿Está bien para ti si hago esto? ─dije mientras me abría de piernas y me sentaba sobre ella a horcajadas dejando mis partes íntimas a escasos centímetros de las suyas. 

Pude verla tragar saliva con fuerza. 

─Sí, está bien. ─respondió un poco nerviosa pero sin apartarme la mirada.

Suspiré y me aclaré la garganta. 

Bajé suavemente mis manos y las coloqué sobre su abdomen, su cuerpo cálido vibró al sentir el contacto con mis palmas frías.

Uno de los golpes más grandes estaban a un lado de sus costillas, fué así que moví mis manos a esa área. 

Victoria soltó una pequeña reacción de dolor. 

Comencé a acariciar el lugar para permitirle a mis dedos conocer el sector. 

Inicié a presionar con un poco de fuerza de forma que el moretón empezara a bajar de color. 

─Oh, wow. ─se quejó─. Duele muchísimo. ─siguió.

─Pronto te sentirás mejor, te lo prometo. ─respondí.

Continué amasando su cuerpo mientras que mis manos se movían con ritmo, deseando conocer cada rincón de las curvas que adornaban su delicada silueta. 

─Tengo que admitir que tienes talento, tienes manos de ángel. ─rió mientras se mojaba los labios con la punta de la lengua. 

─No es lo único que puedo hacer con ellas. ─respondí con picardía. 

Pude verla sonreír sin vergüenza alguna. 

─Me gusta tu cabello, es como si tuvieses los rayos del sol saliendo de tu cabeza. ─dijo mientras tomaba uno de los largos mechones que reposaban sobre mis pechos desnudos. 

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