83| Adiós.

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─Bien, se supone que el túnel va en línea recta y termina en el bosque. ─de detuve─. Avancen hasta llegar al final. ─seguí.

─La compuerta final está abierta, cuando vean la luz desde arriba lo sabrán. ─mencionó Zyad.

─¿Cómo estás seguro de que el final del túnel está abierto? ─lo cuestionó Gloria.

─Por que yo mismo lo abrí. ─contestó él con obviedad. 

Tensioné la mandíbula.

─Bien, corran. ─ordené.

Rápidamente pude escuchar los pasos de todos los presentes chapotear sobre el agua que nos llegaba casi a media pierna.

Corríamos en medio de la oscuridad y la incertidumbre acompañada de la ansiedad por descubrir lo que nos esperaba al otro lado me tenía los nervios a flor de piel.

 Luego de aproximadamente diez minutos jugando a las gallinas ciegas finalmente presenciamos una claridad a la distancia.

─¡Veo la luz! ─gritó Skyler con emoción─. ¡Maldita sea, veo la luz! ─siguió.

Aumentamos el ritmo y finalmente llegamos al final del lugar.

Habían unas escaleras de hierro, las chicas que salieron primero ayudaron a las demás a subir los improvisados y oxidados peldaños de la escalera.

La luz desde abajo era casi que enceguecedora, en cuanto levanté la vista noté a Vicky extendiendo su mano hacia mi.

Sin decir más procedí a tomarla y luego de un corto impulso aterricé afuera.

─Carajo. ─musité─. Este lugar es aterrador. ─mencioné.

Me detuve un instante para observar a mi alrededor y se me erizó la piel al descubrir que estábamos en medio de un frondoso bosque, los pinos parecían acariciar el cielo y el resto de la arborización era como de película.

─Allí está la cabaña. ─mencionó Zyad señalando en dirección a una vieja casucha que se encontraba a unos cuantos metros de distancia─. ¡Andando! ─ordenó.

Procedimos a correr en la vía que el chico nos había ordenado y luego de aproximadamente cinco minutos llegamos hasta el lugar.

El pelinegro intentó abrir la puerta pero no pudo. 

─¡Mierda! ─exclamó─. ¡Esta maldita puerta de mierda siempre se traba! ─añadió.

─Quítate. ─intervino Victoria.

Pude ver a la pelinegra posarse frente a la puerta, inclinarse hacia atrás, levantar la pierna suavemente y finalmente empotrarle una patada a la madera.

La puerta se esparramó de golpe y cayó a un lado.

Tensioné la mandíbula.

La chica me echó un vistazo. 

─Y así es como lo hace una mujer de verdad. ─resopló con orgullo.

Sonreí negando con la cabeza.

Zyad colocó los ojos en blanco.

El pelinegro ingresó a la cabaña y salió con un maletín entre las manos. 

El chico lo colocó en el suelo frente a nosotras y procedimos a realizar un círculo para ver lo que había en su interior.

─Bien, aquí están las copias de sus pasaportes. ─mencionó luego de sacar tres libretillas y extenderlas hacia mi.

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