84| Abejas Poket.

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La carretera tenía una suave capa de hielo que por segundos hacía patinar las ruedas del carro, sin embargo por suerte podía manejar el asunto a la perfección.

Victoria se había calmado un poco y tomó la iniciativa de cambiarse, fue así que la pude ver girarse y tomar la ropa que Zyad le había dejado en el asiento de atrás.

La pelinegra ahora vestía un hermoso traje de dos piezas que consistía en unos pantalones y una chaqueta color vino que iban a juego con una camiseta negra de mangas largas.

Aún nos encontrábamos a una distancia considerable del aeropuerto, el silencio dentro del coche era aterrador pero recordar la presencia de Vicky convertía la escena en algo más agradable.

Del cielo caía agua a cántaros y el frío me dificultaba respirar con normalidad. 

Podía ver a la distancia la entrada de Jardines del Paraíso, el cementerio municipal de Nueva York.

─Detén el auto frente al cementerio. ─expresó Victoria de la nada.

Fruncí el ceño confundida ante su petición.

─¿Qué? ─resoplé.

─¡Detén el auto frente al maldito cementerio! ─gritó.

Tensioné la mandíbula y sin decir más hundí el pie sobre el freno. 

No tenía ni la menor idea de sus intenciones pero estaba dispuesta a averiguarlas. 

Orillé el auto a un lado del camino y giré mi atención para observarla fijamente.

La chica estaba algo desanimada, como si su alma hubiese abandonado su cuerpo.

─¿Qué pasa? ─la cuestioné tomando su mano.

Victoria acarició mi mano, levantó la vista y me miró.

Sus ojos estaban completamente rojos de tanto llorar y su rostro estaba pálido, como si hubiera visto al mismísimo diablo en persona.

─Ven conmigo. ─pidió.

Arrugué las cejas.

─¿A dónde? ─respondí.

─Quiero despedirme de alguien. ─se detuvo─. Porque sé que si vuelvo a este lugar será cuando ya esté muerta. ─continuó.

Tensioné la mandíbula.

Pude verla tomar su arma y colocarla sobre el tablero del carro.

Observé por el retrovisor y Amaia me miraba fijamente y en completo silencio.

Suspiré y decidí que debía apoyar a Vicky, no podía imaginar lo devastada que estaba por dentro así que no estaría mal acompañarla a dar un último adiós. 

Apagué el motor y quité las llaves.

La pelinegra descendió del vehículo y sin decir más procedí a seguirle el paso.

El agua estaba jodidamente helada y mi cuerpo vibró de inmediato al sentir el contacto con la lluvia.

Caminé detrás de ella rumbo al interior del cementerio mientras apretaba las llaves del vehículo con fuerza intentando controlar mis nervios.

El lugar estaba abierto y por suerte no había ningún vigilante o algo por el estilo.

Victoria comenzó a caminar por los pasillos del panteón y cada vez se iba adentrando más y más al interior de la zona.

─¿A dónde vamos? ─demandé saber mientras me metía las llaves del auto en el bolsillo ya que en caso de perderlas estaríamos muy jodidas.

INOCENTE © » 1M8.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora