Scielo1

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La vida en Scielo 1 iba rápida. Al ser una ciudad moderna dedicada a la industria tecnológica, todos sus habitantes no tenían más opción que trabajar en sus fábricas. Aquí estudiábamos hasta los dieciséis años, aprendíamos lo básico y necesario para incorporarnos a la vida laboral lo antes posible.

En mi vida como Sophie, mis oportunidades no eran muchas. Mi madre murió al dar a luz, mi padre hizo todo lo posible por sobrevivir e intentar que fuera feliz. Lo intentó demasiado, tanto, que trabajó horas extra en una maldita fábrica, donde el ambiente no era el adecuado para nadie y causó la enfermedad en casi todos los obreros que estuvieron expuestos al aire químico y tóxico.

Así que al acabar el colegio, fui yo quien buscó la manera de sobrevivir. Mantener la casa, pagar el alquiler, comprar las medicinas de mi padre. Con todo eso, no había tiempo para estudiar, al menos no en esa vida.

El mejor momento que tenía en el día, era cuando viajaba al trabajo. Eran cerca de cuarenta y cinco minutos de ida y cuarenta y cinco minutos de regreso, los cuales aprovechaba al máximo.

Me conectaba los audífonos y escuchaba música, leía alguna novela que conseguía de segunda mano en el mercado de contrabando, chateaba con mi mejor amiga Claudia, o solo miraba por la ventana. Era relajante ver los edificios pasar como ráfagas, eso hasta llegar a la playa.

Scielo 1 estaba a la orilla del mar, pero la playa no era accesible para nadie, o al menos ningún ciudadano común, ya que un inmenso muro rodeaba la ciudad y la protegía de tsunamis, o eso era lo que nos habían enseñado. Por supuesto, como en todo lado, había rumores que involucraban a ricos y poderosos, y lo que se solía decir era que la gente más adinerada del país, era la única que podía acceder a las costas, y sus empresas las únicas con permiso para pescar, de esa manera se aseguraban de mantener el monopolio de la industria alimenticia.

Mientras que muchos en esa ciudad soñaban con el mar y algún día saltar el muro para bañarse en sus aguas, para mí era indiferente, pues podía recostarme en la arena de la playa y bañarme en el mar cuando quisiera... o cuando quisiera en mi otra vida.

Todos los días era la misma rutina en el tren, excepto una mañana, justo una semana antes de mi cumpleaños número dieciocho, cuando él apareció y lo cambio todo.

Iba sentada, eran pocas las ocasiones cuando conseguía un asiento libre en el tren, así que era difícil perturbarme y sacarme de esa burbuja de hermoso aislamiento en el que me encontraba, pero él lo logró.

Se subió en la estación cincuenta y ocho. No se agarró de la barra de metal o del tubo como el resto de pasajeros que estaban de pie. Solo se apoyó contra la puerta y puso su mochila entre sus piernas. Era un chico muy alto y tal vez fue eso lo que me llamó la atención, debía medir como un metro noventa, tenía el cabello castaño un poco largo y sus brazos de muñecas anchas sostenían un cuaderno de pasta dura. En ese momento no le presté más atención de la que le prestaría a cualquiera que se subiera justo al frente de mi asiento, pero al pasar los minutos, pude sentir su mirada puesta en mí. De manera disimulada levantaba la vista y cada que lo hacía él me observaba fijamente con sus ojos verde claros.

TransalternaWhere stories live. Discover now