No salgas del círculo

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Un capi larguito, no se olviden de comentar y votar!

Con los tres mil que me pagaron en el Club, apenas tenía noventa y seis mil de los ciento cincuenta mil que me faltaban. No me quedaba más que ir a la casa de empeño. Eso, o volver a denigrarme con Mauro.

—Estuviste muy bien ayer, a la gente le encantó. Le dije a Evan que sería genial tenerlos todos los fines de semana. —Me dijo uno de los dueños del Spice club cuando me devolvía mi guitarra.

—Eso sería genial para los chicos. Estoy segura que ellos van a aceptar.

—¿Y qué hay de ti?

—Yo no puedo —me negué.

—Sin ti no quiero a la banda.

—Ella lo va a pensar. —Ian intervino. Le encantaba andar de metiche.

—No hables por mí. —Al salir del lugar, le reclamé—. No tengo tiempo de ensayar, tengo trabajo y debo ocuparme de mi padre.

—Ganarías mejor dedicándote a cantar, eres buena.

—Con el negocio de la música a veces se gana y a veces se pierde, yo necesito algo estable.

Me acompañó hacia la casa de empeño. Ya había ido antes, a empeñar cosas que jamás lograba recuperar. Camuflado entre los bares estaba el pequeño sitio, donde había tantos objetos diversos que no importaba cuántas veces entraras, siempre descubrías algo nuevo. Era el tipo de lugar donde asaltantes y drogadictos vendían lo que robaban a cambio de efectivo rápido. No era el mejor lugar para conseguir dinero, pero sí el más veloz y yo no tenía tiempo de abrir subastas en internet. En unas horas más, me cobrarían otro día de internación. El dueño, un hombre mayor cuyas cicatrices en el rostro delataban un paso basten violento, me reconoció.

—Hola preciosa ¿qué tienes esta vez para mí?

—Una Gibson —dije poniendo el estuche de mi guitarra sobre su mostrador.

—Oye, ¿estás segura? —Ian de nuevo, metiéndose en lo que no le importaba.

—Sí —respondí sin mirarlo. Abrí el estuche y el dueño de la casa de empeño levantó mi hermosa guitarra eléctrica blanca. Regalo de mi padre cuando cumplí quince, época en la cual no nos iba tan mal—. Quiero sesenta mil.

—¡Ja! Ni lo sueñes —expresó admirando mi instrumento, él sabía sobre guitarras—. Máximo puedo darte treinta mil.

—Sabes que vale más de setenta mil.

—Sí, nuevas. Y esta no lo está, te estoy ofreciendo un buen precio porque será fácil venderla.

—Necesito cincuenta y cuatro mil al menos.

—Treinta y cinco y nada más —sentenció.

Con eso no era suficiente. Lo pensé un momento. No tenía opción. Jamás una decisión me había dolido tanto. Abrí el broche de mi collar y se lo extendí al hombre.

—Es oro blanco.

Ian me lo arrebató antes que el hombre mayor lo hiciera.

—Esto era de tu madre.

—Sí, ya lo sé, y ahora lo necesito para ayudar a mi padre.

—Yo voy a darte el dinero.

—No, no quiero tener deudas con nadie. Tampoco tendré cómo pagarte y terminaré vendiendo el collar de todas maneras. —Le hice un gesto para que me lo devolviera y se lo entregué al de la casa de empeño. Él revisó el metal. Ian lo miraba de manera amenazante, creo que solo por eso no me quiso estafar negando la autenticidad de la joya.

TransalternaWhere stories live. Discover now