Secretos íntimos

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Desperté sobre una silla, inclinada sobre la cama de hospital

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Desperté sobre una silla, inclinada sobre la cama de hospital. Me enderecé con dolor y una chaqueta cayó de mis hombros. La recogí del suelo. Era la que Ian llevaba la noche anterior. Miré alrededor. La habitación donde había otros cinco pacientes estaba un poco oscura. Una enfermera revisaba la vía del paciente de la primera cama y mi papá estaba despierto.

—¡Papá! —volví a inclinarme para abrazarlo—. ¿Cómo te sientes?

No me habló, estaba débil para hacerlo, con mano temblorosa me acarició el rostro.

—Ya despertó, es buena señal. —La enfermera se aproximó a nosotros—. Tu padre es muy fuerte. La gente no suele recuperarse tan rápido.

—Sí, es muy fuerte. ¿Cree que hoy pueda sacarlo?

—Tienes que hablar eso con el médico, no creo que él le dé el alta, a menos que lo solicites, pero sabes qué significa eso.

—Sí, lo sé.

—Voy a estar bien. —Mi papá tomó fuerzas para decirlo.

De golpe una taza de café de cartón apareció frente a mí. Seguí el brazo que la sostenía, era Ian. Seguía con la ropa del día anterior ¿se había quedado ahí toda la noche?

—Gracias —le dije con algo de timidez, una taza de café era justo lo que necesitaba—. Papá, él es Ian...—Supuse que debía presentarlo, aunque no estaba segura de cómo explicar quién era.

El medico llegó pronto y fueron algunas horas de revisión de exámenes, tramites y todo lo horrible que detestaba de los hospitales.

Lo que más nervios me daba, era acercarme a la ventanilla donde me darían mi estado de cuenta. Las internaciones eran caras, demasiado, incluso en un lugar como ese.

La lista de medicamentos, oxígeno, análisis, honorarios y gastos hospitalarios era muy larga para tratarse de un solo día.

Apenas miré el número final. Eran como ciento cincuenta mil créditos. Tenía dinero ahorrado para situaciones así, y apenas era como la mitad. Regresé a la habitación. Ian me seguía, no sabía si por acompañarme o por vigilarme.

A cada hora que pasaba, papá lucía mejor. Eso era bueno. Pude dar con el médico y en seguida le pregunté si le podía dar el alta.

—No te lo sugiero. Si pides el alta no nos hacemos responsables. Necesitará muchos cuidados en casa.

—Lo sé, por favor, la necesito. Ya he cuidado de él antes en esta situación.

El medico entendió. Asintió con la cabeza y me avisó que me llevaría los papeles con el alta.

—Sophie, tu padre no está en condiciones de dejar el hospital —Ian habló, en todo el tiempo que me había acompañado, casi no había dicho nada.

—Los cuidados que le den aquí, no van a ser diferentes a los que yo le dé en casa.

TransalternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora