La partida inconclusa

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Pánico

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Pánico.

¿Cómo devolver el anillo a su lugar?

Me puse de puntas e intenté regresarlo, se caía, Aaron lo había cubierto con mucho cuidado y no había forma de devolverlo.

¿Por qué había tenido que encontrarlo justo en ese momento? No sabía qué hacer. ¿Mandarle un mensaje? ¿llamarlo? ¿esperar a verlo luego?

Tenía que haberlo encontrado con él presente para darle una respuesta.

Nerviosa lo miraba una y otra vez. Miraba a la pared y no quería, mas caí en la tentación de colocarlo en mi dedo anular.

Era tan... yo. Aaron había elegido o mando a hacer el anillo más perfecto del mundo para mí. Tomando en cuenta mi obsesión con los gatos.

Era tan hermoso que quería llorar ¿Por qué quería llorar? Qué ridículo, era una ridícula.

Ian, el gato, vino a frotarse contra mí, exigiendo su desayuno.

Lo alcé y puse su carita contra la mía.

—¡Tu papá y yo nos vamos a casar! —le dije muerta de felicidad. Él mantuvo su expresión neutra, todavía esperado que me dignara a darle su desayuno.

Le di un beso sonoro y lo dejé en el suelo. Volví a mirar mi hermoso anillo. Ya no quería devolverlo. No iba a retirarlo de mi dedo nunca.

Aaron no regresaría hasta el día siguiente, pero podía hablarle en Scielo1, ya que habíamos dormido juntos. Esperar hasta la noche sonaba como una eternidad, así que pensé en mantenerme distraída en los planes que tenía para ese día, así la espera se haría corta.

***

Mantuve la mano por debajo de la mesa cuando mi madre llegó a sentarse frente a mí en la cafetería.

Colgó su bolso de la silla, pedimos dos desayunos y mientras esperábamos la orden mi madre comenzó a contarme sobre mis hermanas, como si no tuviese tiempo que perder.

—Daria tendrá su recital de piano la próxima semana. Me pidió que te avisara.

—Genial. Estaré ahí—le respondí. Finalmente Daria había tomado la decisión de continuar con su carrera musical, y me alegraba. Era algo que le apasionaba, la veía feliz con ello.

—Nosotros estaremos ahí, incluyendo...

—Está bien, no iré, discúlpame con mi hermana. —Era una norma no escrita que teníamos, evitaba los lugares donde mi padre estuviera. Lo que era complicado en un pueblo, mas lo había estado logrando.

—Yo le digo —mi madre me respondió sin animarse a mirarme a los ojos.

La mesera nos trajo un par de cafés y dos platos con diversos bocadillos dulces. Mi madre le colocó azúcar a su taza y volvió a retomar la plática mientras revolvía.

TransalternaWhere stories live. Discover now