Capítulo 2: Lo último que se pierde

285 41 9
                                    

A la mañana siguiente, los ruidos en la planta baja de la casa me despertaron. Escuché a mi hermano preguntar en repetidas ocasiones si era verdad que había regresado. Por la voz sabía que se trataba de Sergio. Él tenía veinticuatro años cuando yo me fui. Oí retumbar sus pasos en los escalones, subiendo hacia la segunda planta, donde yo me encontraba. La puerta de mi cuarto se abrió y como si un armario me cayera encima, se tiró Sergio sobre mí.

—¡Me vas a matar! —vociferé sonriendo.

—¡Calla! —gritó bajito—. No quiero que nos escuche mamá.

—¿Me has echado de menos? —pregunté riendo.

—Mamá me ha dicho que estuviste hablando con ella, pero supongo que no le dijiste nada de que yo...

—Puedes estar tranquilo —interrumpí—. No sabe nada de eso. No he contado nada aún.

—Me resulta tan chocante verte. Estás aquí. En carne y hueso. —Me zarandeó con sus manos puestas sobre mis hombros.

—¡Ven, que necesito abrazarte! —Extendí los brazos para poder abarcar toda la amplitud del cuerpo de mi hermano. Nos agarramos y nos fundimos un poco—. Verte siempre detrás de una pantalla me parecía horrible.

—Me alegra que hayas decidido venir. De veras. Creo que esto es lo mejor para todos.

—Agradezco que me insistieses. ¡Ah! Mira. —Me incorporé en la cama—. Anoche hice una lista de las personas con las que... Bueno, ya sabes.

—¡Enséñamela! —Agarré el papel de la mesilla y se lo di en la mano. Estuvo unos segundos leyéndola—. Imaginaba que él no faltaría. Has guardado su foto junto con la lista.

—Está el último, no sé si es bueno que hable con él. Por eso había pensado hablar antes con Laia y Rebeca.

—Ya... Eva, hay cosas que no te he contado en este tiempo.

—No me asustes. —Eché mi cuerpo hacia atrás para tener una visión más amplia de él y del entorno. Fuese lo que fuese lo que tenía que decirme, quería verlo desde lejos. Mantener una distancia prudencial era necesario para poder ver toda la cuestión.

—Laia... —A Sergio le costaba iniciar su frase—. Laia se va a casar.

—¿Laia?, ¿casándose? No me lo esperaba de ella. —Hubo un silencio rotundo—. Está bien. Eso significa que ha cambiado. Igual ahora podemos hablar de lo que sucedió, podrá explicarme el porqué de aquello y, ¿quién sabe? A lo mejor puedo perdonárselo. Ya no hay rencor en mí, Sergio. Yo creo que no lo hay.

—¿Y qué pretendes?, ¿ser su dama de honor? Por mucho que habléis no creo que se solucione. No puedes perdonar lo que te hizo, ¿entiendes? Tu misión aquí no es esa, Eva. —Los ojos de mi hermano se volvieron agresivos y se tornaron de un marrón mas oscuro.

—¿Por qué me hablas así? —La actitud de mi hermano me resultaba sorprendente. Hacía demasiados años que no le veía de esa manera. Quizá, estar tan lejos implica esas cosas: no terminar de conocer a las personas en todas sus facetas. Aunque sé que él lo único que siempre había querido era protegerme—. Yo volví porque necesitaba respuestas y...

—Estoy contigo —interrumpió—. Te apoyé para que vinieses; para que solucionases tu pasado; para que, de una buena vez, arreglases en ti lo que tanto daño te sigue haciendo... Pero hay límites que creo que no debes pasar.

—¿A qué límites te refieres? —Parpadeé lento y las manos de Sergio todavía acunaban el papel con la fotografía en su interior.

—No puedes perdonar lo que te hizo. Tienes que vengarte de lo que fue. Te quitaron tu futuro y tus sueños en un segundo. No estás aquí para perdonar, sino para defender lo que te hicieron. Si vienes aquí de otra manera que no sea volver a recuperar lo tuyo, entonces mejor vete, Eva. Conoces bien este pueblo. Se aprovecharán de la más mínima vulnerabilidad que hallen en ti. 

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now