Capítulo 7: Estados de felicidad

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Entre nosotros surgió una buena relación, se podría decir así. Confiábamos tanto en el otro que comenzó a contarme cosas de su vida y yo de la mía, pero como siempre, no todo lo que decía tenía que ver con la realidad. Mi vida era una verdad a medias, y todo aquello que ocultaba en algún momento saldría a relucir, algún día explotaría y sabía que si eso ocurría no iba a quedar nadie vivo de esa catástrofe y yo sería, sin lugar a dudas, la primera en morir y la máxima responsable. Gracias a Alejo los días se me hacían más amenos. Sobre mi familia a penas sabía cosas, de vez en cuando llamaba a mi madre o a Sergio, pero quería mantenerme alejada de todo aquello. Debía mantenerme alejada. Ir a ese pueblo, a mi pueblo, fue una decisión precipitada y aunque no todo me había salido tan mal como esperaba, sabía que había cosas que no se resolverían tan pronto. Igual que sabía que había personas que no me perdonarían y situaciones que estaban empeorando con mi llegada. Como el caso de Javier, o el caso de Alejo, o el caso de toda persona que se me acercó en el pueblo...

Utilizar otra identidad y esconder ciertas partes de mi vida me resultó más complicado de lo que pensaba en un primer momento. Tal vez nunca fui tan buena para las mentiras. Todo ello me afectó de una manera excesiva, incluso hasta el punto de no dejarme dormir. No es que yo hubiese sido siempre una mujer de sueño ligero, pero en aquellos tiempos me pasaba toda la noche mirando al techo. La única explicación que me podía dar era que, de alguna forma, Alejo estaba siendo tan importante en mi vida que no quería comenzar esa relación no siendo completamente sincera con él. Tener que estar obligada a mentir es una de las peores sensaciones, sobre todo si uno lo que quiere es sinceridad en su vida. Supongo que yo no podía pedir algo que no podía dar.

Tal vez llegar a este piso y encontrarme con él me sirvió para confiar en alguien, para ver otras maneras de amar, y de vivir. Alejo tenía tanto contrario a mí, que me resultaba excitante el hecho de que aún así nos pudiésemos compenetrar, hasta el punto de que se volvió rutina comer y cenar juntos en alguna de las casas. En una de esas comidas en mi casa retomé el tema de las parejas y el hecho tan sorprendente de que había estado seis años sin estar con nadie más.

—¿Y siempre ha sido tu vida tan solitaria? Me refiero, ahora solo te veo conmigo, como si no tuvieras familia ni gente a tu alrededor —pregunté.

—Yo no creo que mi vida sea solitaria. Tengo más amigos aparte de ti, no seas tan egocéntrica. —Rio.— Solo que cada uno tiene su vida, su trabajo y su novia. Es distinto.

—¿Y tu novia?

—¿Por qué preguntas algo que ya sabes? —Frunce el ceño.

—¿Por qué me contestas con otra pregunta? —Elevo la cabeza con altitud.

—Lo estás haciendo tú también ahora. —Se muestra desconcertado con mi actitud.

—Ya, pero tú lo hiciste primero. —Sonrió para rebajar la tensión.

—Ya te he dicho que no tengo novia. Y sí, he tenido una novia en mi vida.

—¿Una solo? —cuestiono sorprendida.

—¿Para qué quiero más? Créeme, con una ya me era suficiente. —Eleva las pupilas hasta casi poner los ojos en blanco.

—¿Te dejó por tu culpa o te dejó porque quería dejarte?

—Ambas cosas.

—¿Qué hiciste?

—Yo, nada. Y ese fue el problema. Para ella yo no hacía nada. Yo creo que no era la clase de tipo que ella quería en su vida.

—¿Qué clase de tipo crees que quería? —dudé mientras seguía comiendo.

—Uno más cañero, más aventurero. Que le gustase saltar en paracaídas, bucear y ver pececillos de colores. Alguien que la siguiera en sus locuras.

Ante tus ojosWhere stories live. Discover now