Capítulo 6: Actos peligrosos

135 23 0
                                    

Al mismo tiempo que mi amistad con mi vecino se hacía más evidente, los problemas en mi familia continuaban. Y esos problemas tenían que ver conmigo, claro está. Uno de los días que fui a visitarles, entré en la casa sin avisar. Recorrí la entrada y el pasillo para llegar hasta la cocina. Allí se encontraban Felipe y mi madre. Antes de entrar en ella me paré y les escuché hablar.

—Es tu hermana. Tenemos que respetar sus decisiones —escuchaba decir a mi madre.

—No sabe lo que hace. Primero dice que viene para estar con nosotros, que viene para que la perdonemos y luego que necesita espacio, que la agobiamos, que necesita volver a aquello de lo que estaba huyendo. Eva no tiene nada claro, mamá.

—Felipe, no puedes seguir así con tu hermana. Algún día tendrás que perdonarla, ¿no?

—Puedes esperar sentada a que eso ocurra —dijo mientras salía de la cocina.

Yo me encontraba pegada a la pared de al lado de la puerta, no esperaba que Felipe saliese en ese momento y me cazó escuchando la conversación. Se paró unos segundos mirándome incrédulo. Yo bajé la mirada como si fuese un pequeño conejito a punto de ser devorado por un animal mucho mayor. Aunque la mayor fuese yo y aunque yo nunca fuese una persona con pinta de presa.

—Además de indecisa es una cotilla —caminó hacia la salida.

—Felipe, espera. ¿Te parece si damos una vuelta?

—Yo contigo no iría ni a la vuelta de la esquina, Eva. A partir de ahora te olvidas que tuviste un hermano. No resultará complicado para ti. Ya tienes experiencia.

—No me estás poniendo las cosas fáciles. —Sujeté su brazo para que no se apartase, pero se zafó de él en un tirón amplio.

—Si quieres algo fácil: habla con Sergio. Él siempre está dispuesto a ayudarte en todo.

—Hazme el favor, hablemos.

Mi madre, que se encontraba tras de mí, le hizo un gesto para que aceptase mi invitación. Y por algún motivo, que hoy día continúo sin saber explicar, Felipe accedió. Agradezco que mi madre me ayudase en aquellos momentos y agradezco que para ella pareciese tan fácil perdonarme o tratarme como si el tiempo no hubiese pasado. Finalmente, fuimos a la parte de la bodega.

—¿Te acuerdas de cuando caminábamos por estos viñedos y te rozaste con una hierba venenosa? Se te pusieron las piernas hinchadas, estuviste mucho tiempo sin andar y yo te llevaba en brazos. —Sonreí en un gesto natural.

—No te hagas la melancólica, conmigo no funciona. —Seguía mostrándose distante e inamovible.

—¿Por qué eres tan complicado? ¿Por qué no puedes estar feliz conmigo o feliz por mí?

—Dime por qué te fuiste. Dímelo y decidiré perdonarte.

—No puedo.

—No me pidas que te perdone si tú no eres capaz de confiar en mí.

—No es cuestión de confianza. —Negué en repetidas ocasiones.

—¡Ah! ¿No?, ¿y entonces de qué es?

—Es cuestión de tiempo. Las cosas tienen que saberse cuando llegue su momento.

—Hiciera lo que hiciera Javier no es justificable haber abandonado a tu familia.

—Lo sé. Y no sabes cómo me duele.

—No tengo nada más que hablar —dijo volviendo en el camino.

—Cuando llegue el momento sé que me perdonarás.

—Debes de tener bastantes esperanzas, si piensas eso —comentó de espaldas a mí mientras volvía a la casa.

Ante tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora